Esta crónica voy a dedicarle a un hecho que siempre me mereció admiración, cuando no intriga. Es el caso de los dos telegramas de pésame que Víctor Philips Sandoval, entonces alcalde de la ciudad, remitiera en noviembre de 1963 hacia los Estados Unidos con destino a la Casa Blanca, sede del gobierno norteamericano, por el asesinato del presidente John F. Kennedy. No está demás decir que en los tiempos antiguos nuestras autoridades tenían más espíritu cosmopolita y tanto que los temas internacionales no les era ajeno y por eso el hecho que comentamos. Formaban el cuerpo de regidores de ese año los siguientes ciudadanos notables: Emilio Mestanza Sánchez, Guillermo Ruíz, Héctor Reátegui Sarmiento, José Mesía López, Julio Samaniego Paz, Antonio Belda y Carlos Arévalo Rojas.
El primer telegrama estaba dirigido al vicepresidente Lyndon B. Johnson, quien, asumiría el poder; el segundo, a Jackeline Kennedy, viuda de Kennedy. El primer mensaje decía: “Vicepresidente Johnson. Casa Blanca. EE. UU. Consternado pueblo Tarapoto noticia muerte Presidente Kennedy. Punto. Mundo occidental perdió mejor amigo. Sentido Pésame. Víctor Philipps. Alcalde. Tarapoto, 22 de Noviembre de 1963.”
El sentimiento y las condolencias de la autoridad municipal no podrían haber sido completos si es que no se le expresara también a la esposa del asesinado presidente. En efecto, el segundo telegrama decía: “Jakeline Kenedy. Casa Blanca. EE. UU. Sentido pésame por muerte esposo. Pueblo San Martín Tarapoto consternado por irreparable pérdida mundo occidental. Tarapoto, 22 de noviembre 1963. Víctor Philipps Sandoval. Alcalde.
Estos telegramas, expresión de cultura e interés por un mundo y sus sucesos, como parte de un mundo globalizado que, en esa década de los sesenta, el sociólogo canadiense Marshall McLuhan lo haría popular, forma parte de esa famosa observación de que el mundo ya vivía en una aldea global. No era raro, entonces, que para autoridades bien educadas y de buen criterio, como lo eran las de esas época, estuvieran al tanto de los acontecimientos mundiales y mostraban su serio interés.
Pero, ¿esos telegramas habrían llegado a su destino y los destinatarios los leerían, sabiendo que miles de comunicaciones habrían recibido en la Casa Blanca sobre ese hecho luctuoso? Este caso que me intrigó por casi medio siglo y del que traté de buscar la respuesta, lo encontré hasta que cierta tarde de la semana pasada ubiqué a don Alfonso Ramírez Macedo quien, en esa época, era funcionario de la Oficina de Correos de Tarapoto, cuando el local funcionaba en la primera cuadra del jirón Rioja.
“¡Jamás puede usted desconfiar de la eficiencia de la Oficina de Correos de Tarapoto, mi estimado señor! ¡Siempre nos constó la calidad del servicio que prestábamos pues siempre acusábamos respuestas de los telegramas remitidos!”, dijo, casi ofendido por mi pregunta.
Don Alfonso Ramírez Macedo, quien fuera un eficiente y diligente funcionario, y es una correctísima persona, forma parte de las doscientas personalidades tarapotinas de quienes escribiré una semblanza, porque estos ciudadanos son ejemplos de valores cívicos ciudadanos. De él siempre recuerdo su trato amable, sus actitudes educadas y respetuosas con todos, su humildad y sencillez que hacen de él un ciudadano valioso e imprescindible.