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martes, diciembre 10, 2024
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El telefonito no es una necesidad

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Hace unas semanas acudí a mi cita con mi dentista, sí, mi tortura a la que me someto cada quince días, como nunca ese día la sala de espera estaba repleta, era las siete de la mañana, empecé a observar a las personas, ese es un ejercicio que suelo hacerlo con frecuencia. Mientras más observaba, más me sorprendida, pues de las quince personas, trece estaban idiotizadas con sus teléfonos móviles. Irracionalmente, sentía que la evolución tecnológica los estaba volviendo seres inutilizables.

Y llegué a una conclusión: los celulares están ocasionando hipnotismo descabellado en las personas, quienes al momento de pegar sus dedos a su móvil, lo hacen con el interés de gilear con el chico que les gusta, controlar al enamorado, reencontrarte con viejas amistades y aumentar tu ego con un par de fotos en las que sales mejor producida y que te genera mayor cantidad de likes.

Los celulares también nos hacen meter la pata y bien metida. Por ello considero que hay cosas que una mujer o un hombre no debería hacer jamás. Se trata de cosas que yo misma ya no tendría que volver a hacer.

El maldito aparato móvil, útil para casi todo, menos para mí, en determinadas circunstancias, ha generado comportamientos inconscientes y conscientes, que, como todo, ha variado con la edad, experiencia y la forma de vivir, pero parece que nada es suficiente y vuelvo a cometer el mismo error a los 25 años, igual que en la época que daban “Carmín”.

El comienzo de mis conflictos telefónicos fue inocente. Para los primeros chicos que me gustaron, existían las típicas llamadas de esperar que alguien te contestara y colgar. No existían los celulares y los teléfonos de todos los mortales aparecían en las páginas blancas. Así que podías llamar al chico del colegio o a cualquiera que te gustara si sabías su apellido, pero no siempre ligaba porque las mamás o los hermanos malograban el plan al contestar ellos. En cambio si era él el que atendía, los largos silencios en los que podías escuchar su voz y soñar que, de una manera mágica y absurda, te reconociera al otro lado de la línea, te hablara y que te dijera lo mucho que te amaba. Esto nunca funcionó, obvio.

Y así, la tecnología derrotó a un sin fin de aparatos inexistentes y trajo consigo los celulares, los identificadores de llamadas, los mensajes de texto… es decir, se terminó el anonimato, ya no se podía llamar y colgar a quien te gustaba, ya no podías torturar a la mujercita que se ponía en oferta con tu enamorado. No, ahora todo delataba. Créanme, más de cinco veces, pensando que aún existía la llamada en anonimato, timbraba y colgaba, hasta que el chico que me gustaba me dijo “Por qué me llamas tanto”, casi muero, pero santo remedio.

Ahora ya no es tan fácil pasar desapercibida o hacerse la loca. Tu número queda registrado, las veces que llamaste y los mensajes que dejaste o no; o también el popular “¿Dónde estás?” a las cuatro de la mañana.

Esconderse de una novia celosa tampoco es tan fácil ahora. Dice mi amiga Claudia que se llama el síndrome DWI (Dial when intoxicated, algo así como el síndrome de llamar borracha) en Estados Unidos. Es difícil de explicar y a mi psicóloga le fue difícil de entender. A veces cuando he tomado más de una copa y me encuentro sola, marco ciertos números telefónicos, por supuesto, no llamo a mis amigos, lo que sería lo más razonable, llamo al novio en cuestión. Y si no es novio, es la persona de quien estuviese enamorada, sin importar que me hubiese dejado, o que yo no le importe un pepino, o que estemos en algo.

He tenido estrategias como esconder el teléfono de mí misma o pegar en las teclas cinta Scotch, pero nada ha dado resultado. Este es mi peor error, mi talón de Aquiles y a los chicos que me han tenido que soportar al otro lado de la línea no sé qué decirles: “Perdón por despertarlos”, podría ser. Quizás solo me sentía sola o los extrañaba, necesitaba hablar con alguien o que alguien me salvará de un monstruo. Solo hay una cosa buena: nunca recuerdo qué dije. Mi memoria alcohólica es un desastre y la vergüenza es insoportable.

Ahora estoy en pleno proceso de cura de mi adicción; me gustaría que hubiese alguien a quien le pasara lo mismo o algo parecido. Sería lo máximo no encasillarme sola en uno de los diez tipos de novia para evitar: la que llama de madrugada cuando está borracha.

Adiós alcohol, no eres buen compañero de mi celular. Lo prefiero a él, lo nuestro se acabó…!

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