A Alejandro José Arévalo Angulo, mi sobrino, en recuerdo de su inesperada partida, ante quien me comprometo a luchar para recuperar nuestros bosques y nuestros ríos.
A sus noventa años Tuanama está triste, muy triste. El futuro maravilloso que le pintaron los gobiernos y sus expertos fueron para otros y no para él, ni su familia, ni su pueblo. Porque lo que los wiracuchas llamaron “progreso” fue para los otros: para quienes llegaron a agredir sus tierras, sus ríos, sus quebradas y sus bosques. Y en estas meditaciones le encuentro en su casita aquella tarde de un día cualquiera.
Tuanama reflexiona sobre lo que fueron esos bosques de los otrora bellos parajes de Santa Cruz, Huaja, Nauta, Amiñío, Isichío, con sus caminos de herradura recorridos a trompicones, con sus montes no invadidos donde cazaba el picuro, el venado, el intuto, el cashacushillo, la carachupa, y podía agarrar el manacaraco. Alguna vez recordaba que, retornando de la guarnición El Pijuayal, después de servir a su patria, había agarrado un paujil cuando era peón de don Jesús Reátegui, aquel wiracucha que trajo el primer carro siguiéndole al primer tractor de oruga que venía abriendo la carretera desde San Pablo, pasando por Santa Rosa y Santa Marta. Recordaba que el tractor fue un obsequio del presidente Belaunde, en su primer gobierno, en 1964. Medio siglo antes, cuando llevaba su algodón y maíz por las otrora caudalosas aguas del Sisa.
¿Qué será de mis bisnietos y los suyos?, se preguntaba Tuanama, mientras el sol lanzaba sus últimos rayos del día sobre aquellos cerros vil y criminalmente deforestados, recordando que en las aguas caudalosas de la quebrada le agarraba a la Dolores. En su silencio dijo una imprecación: “¡¿Qué mierda han hecho de mis tierras y mis bosques los malos políticos y sus técnicos? ¡Estamos llenos de ambientalistas y planificadores, ¿y qué pues hacen estos cojudos?!”. Al decir esta anatema, llora en silencio; ya no recordando a la Dolores, sino porque se siente engañado, estafado, burlado. Y le comprendemos a Tuanama, porque miles como él se hacen las mismas preguntas, las mismas reflexiones y se llenan de ira contenida.
Le dejo a Tuanama en su vieja casita cuando llega el momento que llamamos de “la oración”, en ese momento tuta-tuta en que tengo que retornar a Sisa y encontrarme con sus calles asfaltadas, sus veredas irregulares, la quebrada de Pishuaya, hoy solo parte de un bello recuerdo. Miro antes lo que fue el antiguo campo de aterrizaje donde llegaban permanentemente las avionetas pilotadas por Humberto Iberico, Otto Fresch, Jorge Urquieta, Chumbe y otros, y que hoy es el centro urbano Tangarana.
¿Las autoridades podrán comprender la tristeza de Tuanama? ¿Habrá compromisos sinceros y continuos y ya no el consabido cotorreo de ambientalistas equivocados o que le temen a los privados para ningunear las propuestas ciudadanas? Entonces, planifiquemos y actuemos para que Tuanama abandone su tristeza. Todo está en nuestra decisión y nuestras manos, pero saquemos del juego a los “expertos”, porque a estos disparates solo les interesa el dinero.
Los bosques de Tuanama son solo recuerdos de un pasado increíblemente cercano. Hagamos pues algo y mucho, para decirle a él que todavía hay esperanzas, y por la memoria de Alejandro José, para que años después poder ver que el cerro Ampiurco ha recuperado su sonrisa y nos la regala en sus mañanas jubilosas.