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Tarapoto
lunes, febrero 17, 2025
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Velocidad Mortal

En las calles de Tarapoto, esa joya enclavada entre la majestuosidad de la selva peruana, donde las estrellas brillan con descarada libertad y donde la alegría de su gente parece estar en sintonía con el canto de los pájaros y el murmullo de los ríos, una sombra inquietante se cierne sobre la ciudad: los “piques” ilegales de motocicletas, aquellas carreras y piruetas prohibidas que aumentan sin control.

Esos rugidos estridentes que rompen el silencio nocturno han dejado de ser simples travesuras juveniles para convertirse en una tragedia que, esta semana, nos arrancó a dos jóvenes. Dos vidas apagadas en un parpadeo. Dos futuros truncos por la imprudencia, la adrenalina y el afán de conquistar una gloria efímera en el asfalto.

Tarapoto, conocida por su calidez y vitalidad, por sus verdes paisajes que parecen susurrar historias ancestrales, ahora carga con el eco de una tragedia. Los «piques» son un espectáculo seductor para quienes buscan desafiar los límites. La velocidad, esa amante peligrosa, susurra al oído promesas de libertad y poder. Pero, ¿qué hay al final de la carrera? Muchas veces, una curva traicionera, un golpe seco, o el destello rojo y azul de las luces policiales. Esta semana, el precio fue mucho más alto: dos familias llorando a sus hijos, dos historias que se quedaron sin último capítulo.

Detrás de los «piques» hay una combinación explosiva: la falta de oportunidades para los jóvenes, el deseo de pertenecer a un grupo, y la ausencia de espacios seguros para canalizar esa energía y pasión por las motocicletas. En Tarapoto, como en tantas otras ciudades, los motores rugen porque no encuentran otro idioma para expresarse. Pero, ¿acaso no hay formas más constructivas de dar voz a esas inquietudes?

Es fácil apuntar con el dedo y culpar a los chicos que se arriesgan en estas carreras clandestinas. Pero también debemos preguntarnos: ¿Qué estamos haciendo como sociedad para evitar que las noches terminen en tragedia? ¿Dónde están los espacios recreativos, los programas que impulsen el deporte y la cultura, las oportunidades que les hagan sentir que su vida vale más que un instante de adrenalina en el asfalto?

La respuesta no puede limitarse a la represión policial o a la moralización desde la comodidad de nuestras casas. Necesitamos un enfoque integral que incluya educación, diálogo y alternativas reales. Tal vez, si creamos pistas de carreras legales o clubes de motociclismo donde se fomente la seguridad y el respeto por las normas, podamos convertir esa pasión por la velocidad en algo positivo. Tal vez, si escuchamos a nuestros jóvenes, ellos encuentren motivos para elegir caminos menos peligrosos.

Los piques y maniobras de motociclistas ilegales reinan las noches de Tarapoto. Las dos muertes de esta semana deben ser un llamado a la acción. No podemos permitir que el rugir de un motor se convierta en el último sonido que alguien escuche. Porque cada vida importa, y cada joven merece una oportunidad para acelerar hacia un futuro lleno de esperanza y no hacia un final abrupto.

El asfalto de Tarapoto ha sido testigo de demasiadas carreras que terminan en llanto. ¡Es hora de cambiar esta historia! Que esta tragedia sea la chispa que encienda un debate necesario y urgente sobre cómo podemos construir una ciudad donde la velocidad no sea sinónimo de peligro, sino de progreso.

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