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viernes, abril 26, 2024

La abeja haragana (Condensado)

Había una vez una abeja tan inteligente como haragana. Disfru¬taba la vida volando de flor en flor chupándose la miel mientras que las otras hermanas trabajaban duro para producirla, sobre todo para las abejas recién nacidas. Ya le habían llamado fuertemente la atención y advertido del castigo sino accedía a trabajar, hasta que le cerraron la entrada, justo cuando se descargaba una fuerte lluvia.

― ¡Compañeros, por piedad, tengo frío! ¡Me voy a morir!
― ¡Imposible! Aprenderás en una sola noche lo que es el descan¬so ganado en el trabajo, vete! ―y la echaron.

Buscó refugio y fue a dar en una caverna que no era más que el hueco de un árbol habitado por una víbora, una culebra verde presta a lanzarse sobre ella. “¡Oh!, qué tal abejita, no has de ser  muy trabajado¬ra para estar aquí a estas horas. ¡Te voy a comer!”

―No, no es justo que usted me coma por ser más fuerte que yo. Los hombres saben lo que es justicia.
― ¿Oh, sí? ¿Tú conoces bien a los hombres? ¿Tú crees que los hombres que le quitan la miel a us¬tedes, son más justos, grandísima tonta?
―No es por eso que nos quitan la miel.
― ¿Y por qué es entonces?
―Porque son más inteligentes.

Pero la culebra se echó a reír, exclamando:
―Bueno, con justicia o sin ella, te voy a comer de todos modos.
―Usted hace eso porque es me¬nos inteligente que yo.
― ¿Yo menos inteligente que tú, mocosa? Se rió.
―Usted no puede hacer lo que yo: desaparecer.
― ¿Cómo?, ¿desaparecer sin sa¬lir de aquí?
―Sí, y sin esconderme en la tie¬rra
― ¡Hazlo! Y si no lo haces, te como enseguida.
―Dése vuelta y cuente hasta tres, luego búsqueme y ya no estaré más.

Y así fue, no estaba por ningún lado. Había desaparecido
― ¿Dónde estás? Aparécete. Te juro que no te haré daño, ¡vamos!

¿Qué había pasado? Muy sen¬cillo, las hojas de la sensitiva, una planta, que al menor contacto, se cierran, la envolvieron, ocultándola.

La inteligencia de la culebra no dio para tanto y quedó muy irritada. Esto la salvó, pero lloraba en silen¬cio en una noche tan larga, tan fría, tan horrible…

Al siguiente día la dejaron pasar sin decirle nada ya que comprendie¬ron que quien volvía no era la pa¬seandera haragana. Este duro apren¬dizaje de la vida, en una noche la cambió para siempre. “No es nues¬tra inteligencia, sino nuestro trabajo lo que nos hace tan fuertes; yo usé una vez mi inteligencia y fue para salvar mi vida. Lo que me faltaba era la noción del deber que adquirí aquella noche. Trabajen compañeras pensando que el fin de todos nues¬tros esfuerzos es para la felicidad de todos; a esto los hombres llaman ideal. No hay otra filosofía en la vida que la de un hombre y una abeja.

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