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jueves, abril 25, 2024

Fiesta de disfraces

CON AROMA A CAFE

Por Karina roncal Alva

Mi primer amor fue el irresistible, maduro, pero con sus mejores años, Richard Gere, desde ahí nació la locura por querer ser Julia Roberts, a lo “mujer bonita”, a veces era una Natalie Portman en un Cisne Negro, me gustó jugar a ser la princesa Elisabeta por la que el conde Drácula de Coppola navegó “océanos de tiempo” para encontrarla; la lista puede alargarse si de literatura hablamos, así jugué a estar en el limbo de una Divina Comedia, o caminando por el monte como un Alquimista, decidiendo morir como Verónica, o haciendo las Travesuras de una Niña Mala de un Vargas Llosa en una Lima antigua; en fin muchas historias, diferentes vidas, fantásticas aventuras y muchos disfraces imaginarios que ocultaban personalidades, una vida.

Esta especie de disfraces imaginarios era una especie de tubo de escape de la realidad, prefería ser esos personajes que tanto me gustaban, a ser yo. Pero en la vida real, no hay otra, no existen pequeños cosmos inventados, porque queramos o no, aquí somos “nosotros”.

Independientemente de las experiencias, el currículo emocional, al querer conocer a alguien, presentamos al “mejor yo” y eso resulta halagador -para el otro- y -para uno-, eso significa interés y ganas de gustar, pero existe también una variedad del “mejor yo” que no puede ser peor, pues despide una falsedad que se huele a kilómetros: “el imposible yo”.
Existe una errónea percepción de que los personajes reales son de alguna manera menos divertidos y sorprendentes. Un sábado cualquiera puede ser una noche de Halloween, en un solo lugar podemos encontrar a algunos de los clásicos, como el popular “calentador de oreja” (así califica mi amiga a los charlatanes de barra) o su versión femenina, es decir, esas personas a las que no les basta enumerarte no sólo quienes son, que han hecho en la vida, sino a quienes conocen, en dónde paran y, qué casualidad, siempre conocen a alguien que tú también conoces, lo más seguro es que si le preguntas a esa persona en común, no tenga idea de por quién le estás preguntando. La jungla no termina ahí, siguen los que quieren figurar, las dancing queens, los moderns, los pops, los los nerds, los darks, los punks, los chicos de camisa de cuadritos, las chicas de lentejuelas, los hippies, los chicos que pasan inadvertidos, las chicas invisibles, todos juntos en una pecera transparente llena de expectativas, que con el pasar de las horas, y algunas veces el alcohol, mueren en el intento si no ha habido éxito en la conquista o la elección del mejor disfraz.
Si sólo fuera cuestión de forma, todo estaría bien. ¿A quién no le gusta la variedad? ¿A quién no le llama la atención alguien diferente? Sin embargo, si llegamos al fondo del asunto, vienen los problemas. ¿Por qué escondernos detrás de una careta falsa para no demostrar en realidad quienes somos? ¿Qué importa si no eres lo suficiente divertido, guapo o atractivo como piensas que debes ser? ¿Qué importa si a la primera no resultas interesante o divertido/a? Quizás esa persona, que te mira desde otra mesa sin atreverse a hablarte, esté buscando lo mismo que tú: “Quizás sólo quiera conocerte”.
Y pongamos que resulte la unión de dos mentiras, ¿Cuánto tiempo se puede pretender ser algo que uno no es? En algún momento él o ella se van a dar cuenta. La realidad tira los disfraces a la basura, el maquillaje sólo dura unas horas, pero con suerte hay un pequeño casi-milagro que sucede más a menudo de lo que parece: que al otro le parezcas de puta madre, así, sin pelucas, trajes, coronas de princesa, ni armaduras de príncipe azul o de algún otro color.
Sin querer sonar vanidosa, tengo pequeños atisbos de saber más o menos quién soy, y vaya qué me ha costado reconocerlo. Siempre soy sincera, recuerdo una vez que salí con alguien, hablamos de lo bueno que él asumía que era y fumándome por mi parte un cigarrillo, con una leve garúa cayendo sobre nuestras cabezas le advertí: soy terca, ilusa, insegura, resentida, renegona, cursi y romántica, a veces perezosa, solitaria, tímida, retraída, nada diplomática si alguien no me cae, entre otras cosas. Él me preguntó si decía todas esas cosas para desanimarlo, yo le respondí que no, que era para ver si todavía tenía las mismas ganas de conocerme más. Me dijo que sí quería. Buena respuesta.
Sin disfraces, las pequeñas fiestas de dos son más divertidas.
¿Nos quitamos el antifaz?

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