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jueves, mayo 2, 2024

Perú y Chile: Terminamos

a través del cristal
Willian Gallegos Arévalo
columnista

Creo que las opiniones que di la semana pasada reflejan también el punto de vista de muchos. El tema del “triángulo terrestre” debe ser un asunto vedado para nuestros diplomáticos, pues está más claro que el agua de alguna quebradita hermosa y caudalosa perdida en el bosque a donde no llegó todavía –felizmente– la “civilización” y menos la Autoridad Regional Ambiental. O sea, el tema La Haya solo es el límite marítimo, y no el terrestre. Y espero que la Bachelett también lo entienda. Pero aun así, no estoy de acuerdo totalmente con la sentencia, peor aún si el “experto” que contratamos votó en contra de la posición peruana. Pregunto: ¿ya le pidieron cuentas a ese pusilánime “experto”? ¿Devolverá los honorarios que le pagaron? Ya, pues, señora Rivas: ¡actúe ya mismo! ¿Solo a los peruanos pueden hacerlo esto?, vuelvo a preguntar.

La cancillería peruana, como asuntos que se derivan de la sentencia de La Haya, debe iniciar una intensa pedagogía de lo que es el Perú como espacio territorial, conjuntamente con los del Ministerio de Educación, cuyo ministro está más perdido que curihuinsis y sitaracuis; entre otros aspectos, debemos retomar aquel interesante curso que antes se dictaban en los colegios secundarios comunes –yo estudié en el Instituto Nacional Agropecuario No. 10, de Tarapoto, en su época el mejor colegio del Perú–. Mi hermano Ángel estudiaba con asiduidad dicho curso porque era “tranca” pues había que memorizarse tratados, protocolos, los límites, etc.

El tema es que desde el fujimorato hubo una intención proterva de destruir el país. Alberto Fujimori pareciera que tuvo ese objetivo, porque su gobierno se empecinó en modernizar el Estado haciéndolo más pequeño, para que los ciudadanos no tuvieran el soporte del Estado, y quedaran indefensos e inermes ante los poderes económicos, que es un tema, que vamos a tratarlo con más amplitud en otro momento. Porque lo que interesa ahora es reconstruir los temas de los valores nacionales formando una ciudadanía con autoestima, que cree en ella misma, y que no nos vengan enseñando la monserga de nuestro grandioso pasado mientras los grupos de poder se hacen más ricos cada vez y los ciudadanos a merced de los caprichos de las grandes empresas de servicios: telefónicas, de pensiones privadas irrisorias, financieras, eléctricas, etc.

No soy mezquino, y vuelvo a repetirlo, que uno de los tres únicos aciertos que le reconozco a Víctor Raúl Haya de la Torre, es su afirmación en el sentido que nuestra educación necesita formar “creadores de máquinas, y no mecánicos de máquinas”. Porque con esas universidades privadas, creadas bajo el esquema privatizador del fujimorato, solo enseñan el éxito, ser “mejores”, en términos de tener más dinero (ser exitosos y competitivos), a como dé lugar, descuidando la esencia de una educación más solidaria y participativa, porque al final este sistema termina formando individuos arribistas que para “triunfar”, siendo los “primeros”, no les importa arrasar con todo.

Claudio Naranjo, un psiquiatra y escritor chileno, en una entrevista decía: “Antes el dinero solo era un elemento secundario; hoy es el objeto de nuestra vida”. Agregaba: “El éxito y el deseo de tener muestra la desvalorización más sutil de nuestra época”. Ese es pues el tema que, modestamente, ya traté en varios artículos anteriormente. Porque la sentencia de La Haya debe motivarnos a hacer una radiografía de lo que realmente somos: revertir esa imagen de pícaros que hemos vendido al mundo; destruir para siempre a esa mafia política que ha gobernado y quiere seguir gobernando nuestro país.

Terminamos: la cancillería peruana debe proceder a hacer un análisis de los tratados que firmamos con Chile. Si los chilenos cumplieron o no cumplieron sus compromisos; exigir explicaciones por las dilaciones y las argucias para no hacerlo. Porque si no han cumplido con ninguno de ellos en toda su extensión, entonces son nulos per se: tanto el Tratado de Ancón, firmado por el despreciable Miguel Iglesias, como el del año de 1929. Y usted, amigo lector, ya sabe qué es lo quiero decir entre líneas.

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