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lunes, abril 29, 2024

Durmiendo con el enemigo…

La sala está repleta de sangre, se visualiza un cuerpo en el sofá, los signos de haber sido apuñalada son evidentes. Metros más allá, se encuentra la pequeña que acompañó a su madre a ese viaje sin retorno.

No entraré en más detalles para no incrementar el morbo, hoy solo me pregunto ¿Qué pasó por la mente de ambas mientras eran asesinadas?, ¿Cuál fue la magnitud del dolor y la desesperación de la madre al darse cuenta que estuvo viviendo con el enemigo?

Mientras escribo estas líneas, es inevitable no dejar caer algunas lágrimas, éste es uno de los crímenes más despiadados que hemos tenido en la región de San Martín, la carga de maldad y frialdad con la que se ejecutó, horroriza a todos.

Me pongo en el lugar de Jenny, la madre, aquella que amó a un hombre y la que pensó que éste ser humano la amaba y también a su menor hija. Un hombre que aparentaba ser perfecto, así como Jenny hay muchas mujeres, incluso mi madre, quién se enamoró y me brindó un padrastro fenomenal mis primeros 12 años de vida, la misma edad que tenía la hija de Jenny a quien llamaremos «Estrellita».

También me pongo en los zapatos de Estrellita, aquella niña inocente que pensaba que César la quería como un padre, que las veces que sonreía era sincero, que amaba a su madre y que jamás les haría daño.

Pienso en ella como si se tratara de mi, tenía su misma edad cuando mi padrastro se fue de casa. Con él crecí desde pequeña y el lazo que nos unía era único. Cuando recuerdo esos años de mi vida, solo aparecen buenos momentos, él jugaba conmigo, me engreía, dormíamos juntos, nos divertíamos, en resumen, hacíamos de todo y jamás sentí maldad o algún deseo carnal de por medio mas que el de un padre a una hija, aún sin serlo. Por eso me resulta inconcebible darme cuenta que existen «hombres» que arrebatan la inocencia de una criatura y que su maldad traspasa los límites y terminan llevándose su vida, aquella que recién comenzaba. Quizás yo tuve suerte, otras niñas, no.

Este doble crimen ha dejado conmocionado a más de uno, no podemos devolverles la vida a madre e hija, pero podemos exigir justicia para ellas y para todas las mujeres y niñas que han sido víctimas de feminicidio.

Cada año que pasa las cifras de muertes por odio o por feminicidio se vienen incrementando en el Perú, incluso la misma pandemia no ha logrado detener a este monstruo, sino por el contrario han aumentado los casos y es que es lógico, estar en cuarentena con tu agresor las 24 horas propiciaba que las escenas de violencia sean más fáciles para él y un calvario para las víctimas.

Nos queda prender una vela blanca por Jenny y su hija. Nos queda exigir justicia. Nos queda promover espacios y estrategias que ayuden en la atención de mujeres y niñas que a diario esquivan la muerte a manos de unos malditos miserables. Nos queda seguir gritando que «Nos matan a una, nos matan a todas»

Mujer, no estás sola, estamos contigo. Es momento de empezar a detectar las señales de alarma que nos indican que eso no es amor, porque muchas veces sin darnos cuenta estamos durmiendo con el enemigo.

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