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lunes, abril 29, 2024

Rigor Mortis

Al momento de escribir estas líneas, el presidente Castillo sigue sin pronunciarse sobre la renuncia de Avelino Guillén, ahora exministro del Interior y una de las pocas personalidades de prestigio y trayectoria intachable que acompañaban al mandatario.

Según información periodística – confirmada por el propio Guillén en una reciente entrevista – su renuncia obedece al silencio de Castillo tras haberle informado, hace un par de semanas, que el comandante general de la Policía Nacional, Javier Gallardo, pretendía pasar al retiro a oficiales vitales para el funcionamiento efectivo de las principales unidades operativas del cuerpo policial, como la División de Investigaciones de Delitos de Alta Complejidad (Diviac). A su juicio, los retiros y ascensos propuestos resultaban extraños, demasiado convenientes para algunos.

A estas alturas, es por demás conocida la personalidad timorata del presidente. Propenso a dar la razón a todos y a nadie, el hombre que admitió en una penosa entrevista con un medio internacional que “está aprendiendo”, evita tomar decisiones complicadas siempre que puede. Sin embargo, detrás de su silencio frente a la confrontación entre su ministro del Interior y el general de la Policía, habría algo más que indecisión.

Así, Castillo pierde una nueva oportunidad de deslindar con posibles corruptelas y – nuevamente – pareciera que, por el contrario, las respalda y alienta. Solo que en esta ocasión la situación se agrava por cuanto hasta sus incondicionales en la izquierda progresista han salido a lamentar la salida de Guillén. El lema de “luchar desde adentro” está dejando de ser útil para justificar las incongruencias de un mandatario que se hunde y ahoga en un mar de hesitación. Un mar en el que – hoy es escandalosamente evidente – su primera ministra se va quedando sin piso y sin fondo. Mirtha Vásquez, quien ha logrado tender débiles aunque funcionales puentes con sus opuestos en el espectro político (suficientes para calmar a un mercado que ya dejó de ver émulos del dictador Maduro en el ejecutivo), probablemente comience a reconsiderar su posición en el gobierno. Después de abogar por el ministro renunciante, es claro que Castillo no la escucha.

No sé cuánto más se mantenga en pie el gabinete Vásquez, pero es altamente probable que pronto sucumba al ataque instigado desde su propia cancha. Y, de caer, no tardará en caer todo un régimen que, para entonces, se habrá quedado sin aliados capaces de concertar con una oposición que – desde el 28 de julio – sueña con verlo vacado, exiliado de una élite a la que nunca debió entrar según su prejuiciosa percepción.

Mucho me temo que los llamados a la reflexión dirigidos al presidente son vanos e inútiles, pues ya ha demostrado que su única respuesta ante la amenaza es practicar un desconcertante rigor mortis. Inmóvil. Inerte. No decide. No existe.

En efecto, está aprendiendo… a desaparecer en la intrascendencia.

 

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