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Un pueblo puede estar tan necesitado de héroes que, a falta de uno legítimo que levante la bandera de los valores y principios de una nación, se contenta con el pálido reflejo de uno, con la versión disminuida de un auténtico defensor de la justicia y la verdad. Pues lo que Urresti, el ahora ex ministro del interior, ha logrado parcialmente en el pueblo es digno de un análisis mayor, obviamente a estas breves líneas; y dirán algunos seguramente ¿es que acaso Urresti ha logrado algo? sí, dos cosas principalmente: Hacerse de enemigos poderosos con una facilidad y animosidad increíble, y ejercer una política más de cerca a la población, a su realidad, a la calle incluso.

A Urresti se le puede criticar muchas cosas, sus excesos verbales por ejemplo, su exceso de figuración en los medios, en fin. Pero lo que no se podrá negar es que hizo tal vez su mejor esfuerzo para cambiar el rostro de una policía muchas veces apática, que no conecta con la población en función a la naturaleza de su profesión pues son servidores públicos; una policía tantas veces manchada con indignos y hasta vergonzosos casos de corrupción al interior de la misma, en fin. ¿Logró Urresti su cometido? No, hizo seguramente avances importantes, esfuerzos visibles en esa dirección, pero ¿cambiar, reformar a la policía del Perú? Ésa es una titánica tarea que demandaría que se corten muchas cabezas, demasiadas seguramente.
¿Eso significa que Urresti fracasó, que hizo mal su trabajo? No necesariamente. Se ganó la antipatía de un gran sector de la prensa y eso, sumado al odio encarnizado de un soberbio García y una eternamente sombría señora Fujimori, a lo que no ayudó su incontinencia verbal, su afición de pugilista del twitter, toda esa maraña de circunstancias hicieron que se le notara incompetente, que perdiera el poco brillo que pudo haber tenido. Y es que no es poca tarea hacer que una ciudad como Lima, con una población de más de 8 millones de habitantes, esté totalmente segura. La inseguridad campea, se pasea por las calles de hasta el barrio más pituquito. Las mafias organizadas de secuestradores, de extorsionadores se riegan como virus infeccioso en el interior del país.

Hay descontento de poblaciones, de comunidades nativas por políticas mal llevadas por el gobierno de turno en temas de minería, de concesión de tierras, etc. Y todo este espinoso paquete es el que carga un ministro del interior.

Urresti se me figura un personaje curioso, un buen tipo que seguramente tiene buenas intenciones para hacer un mejor país; pero de ahí a que siquiera considere la posibilidad a ser gobernante de un país tan complejo en sus problemáticas, un país adolescente como el Perú, pues no, su figura se me distorsiona cuando lo considero en el panorama político. Para gobernar al Perú no alcanzan las buenas intenciones.