Esta fue la sarcástica pregunta que en uno de sus inolvidables artículos se hacía el periodista norteamericano Art Buchwald, cuando a fines de 1975 se barajaban nombres para la nominación del partido republicano a la Presidencia de los EEUU en las elecciones de 1976, de las cuales saldría el futuro presidente para el período 1977 – 1981. Esto no tendría nada de particular, salvo que en ese momento el Presidente de los EEUU era nada menos que ¡Gerry Ford!.
Gerald Rudolph Ford Jr., mejor conocido por sus allegados como Gerry Ford, había llegado a la presidencia de los EEUU por una serie de circunstancias fortuitas que hacían parecer que el destino quería demostrar que nada es imposible, y que incluso un perfecto incapaz puede llegar a la presidencia de la nación más poderosa del mundo. Al inicio de su segundo período, Richard Nixon había tenido que afrontar la renuncia de su Vicepresidente desde 1969, Spiro Agnew, debido a un escándalo de corrupción. A Nixon no le quedó más remedio que designar al congresista Gerald Ford como su Vicepresidente, sin adivinar que luego del escándalo Watergate, Ford sería su reemplazante en la Casa Blanca.
Luego del “impeachment” y posterior renuncia de Nixon, Ford se erigió como el 38º Presidente de los EEUU de América. Era sin duda un hombre de suerte, una especie de “Forrest Gump” de la política norteamericana, que sin tener ningún talento especial que justificara que ocupara tan alto cargo, sin embargo ahí estaba, tomando decisiones, que sin duda hubieran podido llevar a USA al desastre, sino fuera porque al menos tuvo el buen tino de conservar a Henry Kissinger como Secretario de Estado, el hombre que con su portentosa inteligencia hizo lo que pudo para evitar que Ford cometiera algún error fatal.
Fue así que los dos años de su presidencia transcurrieron sin pena ni gloria, lo que dio lugar a que un periodista tan agudo como Art Buchwald escribiera la frase que da título a este artículo: “Gerry Ford…? ¿Quién es Gerry Ford?. Más allá de la anécdota, lo que subyace en la significación profunda de tales palabras es el tremendo desprecio que un hombre como Buchwald, Premio Pulitzer y maestro de columnistas norteamericanos, sentía por Ford, un hombre que no significaba absolutamente nada para los EEUU a pesar del alto cargo que ostentaba.
A pesar que las comparaciones son odiosas, los peruanos no podemos dejar de percibir la similitud entre Gerry Ford y Ollanta Humala, el actual presidente del Perú. Ambos llegaron a la presidencia llevados por las circunstancias, algunas de las cuales, en el caso de Humala, no han sido del todo esclarecidas, como el hecho que su “levantamiento” en Locumba en las postrimerías del gobierno de Fujimori, se diera precisamente en la madrugada en que Vladimiro Montesinos huía sigilosamente del Yacht Club de Ancón en el velero “Karisma”, lo que para muchos denota más bien que Humala estaba realizando una maniobra “distractiva” para que Montesinos pudiera hacerse a la mar sin que fuera detectado por la Marina de Guerra, que se encontraría muy preocupada por el “levantamiento” del entonces Comandante EP y de su hermano el ex Mayor EP Antauro Humala, hacía poco expulsado de la institución castrense.
En todo caso, lo que sigue luego es historia conocida: Humala es “premiado” por los gobiernos de Paniagua y Toledo, designándole como agregado “cultural” en Paríos y en Corea del Sur, luego que, después de un juicio castrense fuera dado de baja del ejército. Luego, su matrimonio con una extraña joven de clase media que estudió comunicaciones en la exclusiva Universidad de Lima, en donde filmó un cortometraje de sí misma como alguien con dos personalidades: Nadine Heredia, quien al parecer con alguno de los lados oscuros de tan compleja personalidad, llevó de la mano a Humala a la presidencia del Perú, como candidato en el 2006 con un mensaje populista y socialistón, pro chavista y financiado por el mismo Chávez, y luego, en las elecciones del 2011, le hizo girar 180º grados en su posición ideológica para que pudiera ganarle a la candidata del fujimorismo.
Es decir, el oportunismo más grosero y banal, ejecutado, no por Humala, sino por esa especie de patético remedo de Henry Kissinger –sólo que sin la genialidad del judío alemán- que ha sido y sigue siendo la llamada “Primera Dama”, en los hechos, la verdadera gobernante del Perú en estos años, como en su momento lo denunciaron no sólo sus opositores sino el valiente sanmartinense renunciante a la Presidencia del Consejo de Ministros, el ex Presidente Regional César Villanueva, quien apenas pudo soportar cuatro meses el poder en la sombra de la femenina “eminencia gris”, y a la que sin reparos denunció en su verdadero papel en el gobierno y la causa de su renuncia.
Es una tragedia para los peruanos que hayamos que tenido que soportar cuatro años de la más pura ineptitud en el manejo de la cosa pública, como políticas sociales sin ton ni son (salvo beca 18), que querían competir con las de gobiernos anteriores, sin conseguirlo, con una ultra ortodoxa política económica que ha llevado a la miseria a la clase media y la emergente clase emprendedora y que a la par ha seguido actuando como bastón de apoyo a la dictadura chavista de Nicolás Maduro en Venezuela.
Todo esto sin mencionar los vergonzosos escándalos de espionaje y corrupción, como los casos de López Meneses, Belaúnde Lossio, el ex fiscal Ramos Heredia, primo de la presidenta, y, para coronar la torta de desaciertos, los recientes descubrimientos de las cuentas secretas de la señora Heredia en complicidad con amigas y parientes; y eso que no sabemos lo que aún está por develarse. Lo que sí sabemos es que este gobierno, que ya está de salida, no pasará a la Historia del Perú y será como si nunca hubiera existido, pues se le tenderá un benévolo manto de olvido, al punto que cuando en el futuro los estudiantes pregunten por el gobierno de Humala, lo más probable es que no falte un maestro que les conteste: “¿Ollanta Humala…? Quién fue Ollanta Humala?”.