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viernes, mayo 3, 2024

El gran ausente

01

Dios es grande, infinito, Todopoderoso. Él es quien debe estar presente en el corazón de cada ser humano y en el centro de cada hogar. Sin embargo, no está quien debe estar, es el gran ausente. ¿Y quién está en su reemplazo? Quien no debe estar: el rey del mal.

¿Cuándo está Dios en el corazón humano y en el centro del hogar? Cuando voluntariamente le abrimos el corazón y la puerta del hogar. Dios no es violento y no va entrar en el corazón a la fuerza; y tampoco se va meter como intruso al centro del hogar. Es decir, no depende de Dios, depende de la voluntad de cada persona.

En su ausencia ¿quién o quienes están en su reemplazo? Está la soberbia, que tontamente se cree ser superior a otra persona; el egoísmo, que nos creemos que somos los únicos seres indispensables y que las personas deben hacer lo necesario para satisfacer mis caprichos; la envidia, que nadie debe ser mejor que yo, que yo, que yo; el orgullo, que soy el único, el mejor, aunque en la realidad es al revés; la infidelidad, que hago lo que quiero y con quien quiere, sin importar la pareja y los hijos, porque solo importo yo; el dinero, todo por dinero, no importa herir o matar a otra persona con tal de tener dinero. El dinero se convierte en el fin supremo de la persona. El alcohol, el sexo, el juego al azar, etc.

Claro, la lista es infinita, porque así es la maldad, abundante, que anida en nuestro corazón y vive en el centro de nuestro hogar. Ya casi estamos acostumbrados a convivir con este cúmulo de maldades que hasta se nos hacen creer que es una convivencia normal. ¿Será normal la separación cotidiana de la pareja matrimonial? ¿Será normal que millones de hijos crezcan sin padres o con un solo padre? ¿Será normal que el padre asalte en las calles o carreteras, robe casas, asesine a personas para robarlas, viole a niños, asesine a su esposa, se drogue, se emborrache? Simplemente no es normal. Todas estas anomalías ocurren a personas que no tienen a Dios en su corazón. Estas anomalías suceden en los hogares que no tienen a Dios en el centro de su casa.

El ser humano es súper frágil, porque así es su condición sobre la tierra; es como un bicho más, que apenas vive setenta años en promedio y luego se convierte en abono, que facilita la vida de otros seres vivos. Pero, ocultando su fragilidad, aparenta grandeza cuando ostenta centavos más y mal habidos quizás; cuando drogado por el licor se insufla aparentando falsa superioridad; cuando engañado por su mayor peso agrede con vil cobardía a esposa e hijo.

¿Qué falta por hacer? Voluntad firme, sincera, para desplazar los falsos dioses humanos, por el único Dios, en nuestro corazón y en nuestro hogar. Este es el punto de quiebre, que requiere valentía, decisión firme. Pero. No hay peros que valgan la pena. ¿El qué dirán? ¡Dirán qué! Pongamos nuestros comportamientos en la balanza. ¿Es preferible que la gente nos vea visitando un enfermo en su lecho o vociferando palabras altisonantes en la calle por borracho? ¿Es preferible que la gente nos vea jugando a las cartas en la cantina o en amena tertulia familiar? ¿Es preferible que la gente nos vea en actos de infidelidad con mujeres ajenas o en auténticas muestras de amor con la esposa? ¿Es preferible que la gente nos vea malgastando dinero en juegos al azar o haciendo muestras de caridad? ¿Es preferible que la gente nos vea ociosos sentados en las veredas hablando mal de la gente o en largas reuniones con la esposa e hijos?

No hay duda, es urgente, el gran ausente tiene que estar presente en lo profundo de nuestro corazón y en el centro del hogar, si se quiere de verdad a nuestra familia, si de verdad hacemos votos de buen deseo de prosperidad de las futuras generaciones humanas. No estemos buscando pretextos, seamos hidalgos en reconocer la pequeñez de nuestra condición humana en comparación a la grandeza de Dios. No perdamos tiempo en escudriñar palabras o frases sueltas de la Biblia que posiblemente aparezcan como contradictorias. Ese tema conversamos después, no porque sea menos importante. Hay que concentrarse en la urgente necesidad de salvarnos, porque tenemos grandes enemigos, convertidos en falsos dioses que inundan nuestros frágiles corazones y llenan los vacíos de nuestras casas.

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