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domingo, abril 28, 2024

¿Nos quitamos el antifaz?

conaromaycafe

Siempre quise ser la “Mujer Bonita” al estilo Julia Roberts. Me gustaba jugar a ser la princesa Elisabeta por la que el conde Drácula de Coppola navegó “Océanos de tiempo” para encontrarla; así jugué a estar en el limbo de una Divina Comedia o caminando por el monte como un Alquimista, decidiendo morir como Verónica o haciendo las Travesuras de una Niña Mala de un Vargas Llosa en la Lima antigua. Una dulce enfermera con inyección en mano, una tentativa colegiala, la gatita sexy, una bella durmiente sin sueño y una blanca nieves sin enanos. En fin, muchas historias, fantásticas aventuras y muchos disfraces imaginarios que ocultan personalidades y a veces una vida entera.

Un sábado cualquiera puede ser una noche de Halloween, en un sólo lugar podemos encontrar a algunos de los clásicos, como el popular “calentador de oreja” (así califica mi amiga a los charlatanes de barra) o su versión femenina, es decir, esas personas a las que no les basta enumerarte no sólo quienes son, que han hecho en la vida, sino a quienes conocen, en dónde paran y qué casualidad, siempre conocen a alguien que tú también conoces, lo más seguro es que si le preguntas a esa persona en común, no tenga idea de por quién le estás preguntando.

La jungla no termina ahí, siguen los que quieren figurar, los que se creen los mejores bailarines, los rockeros, los punks, los nerds, los chicos de camisa a cuadritos, las chicas de lentejuelas, los hippies, los chicos y chicas invisibles, todos juntos en una pecera transparente llena de expectativas, que con el pasar de las horas y algunas veces de alcohol, mueren en el intento, sin éxito en la conquista.

Así, disfrazarse podría entenderse como un modo de “despistar” para “ocultar quién eres”, ¿Por qué?, simple, conseguir algo tiene un precio y quizás tu amiga a la que tanto deseas, no se fijaría en ti sino fueras el amigo comprensivo, cuando en realidad lo que tus hormonas destilan es “solo sexo”. Para qué intentar ser otro, si eso llega a cansar, para qué hacerlo si a las finales todos estamos jodidos, solo que algunos lo ocultamos mejor.

Los disfraces lo utilizamos a diario, al querer conocer a alguien, presentamos al “mejor yo” y eso resulta halagador para el otro, pero existe también una variedad del “mejor yo” que no puede ser peor, pues despide una falsedad que se huele a kilómetros: “el imposible yo”, ese que como sea se trata de esconder. Si sólo fuera cuestión de forma, todo estaría bien. ¿A quién no le gusta la variedad? ¿A quién no le llama la atención alguien diferente? Sin embargo, si llegamos al fondo del asunto, vienen los problemas. ¿Por qué escondernos detrás de una careta falsa para no demostrar en realidad quiénes somos? ¿Qué importa si no eres lo suficiente divertido, guapo o atractivo como piensas que debes ser? ¿Qué importa si a la primera no resultas interesante o divertido/a? Quizás esa persona, que te mira desde otra mesa sin atreverse a hablarte, esté buscando lo mismo que tú: “Quizás sólo quiera conocerte”.

Tira los disfraces a la basura, porque el maquillaje sólo dura unas horas. Sin pelucas, trajes, pintura en la cara, coronas de princesa, ni armaduras de príncipes, tu aventura puede resultar más excitante, siempre siendo tú.

Disfrutar de una buena fiesta de disfraces por Halloween puede estar bien, total, por un momento sale tu lado más sexy y salvaje que nunca pensaste tener o que siempre lo ocultaste. Puedes ser la más santa o la más puta en Halloween, luego volverás a tu realidad, a ser tu misma y quizás aún con el antifaz. Sin disfraces, las pequeñas fiestas de dos son más divertidas.
Sin látigos ni antifaz… ¿para qué cubrir lo que es mejor desnudar? Entreguemos al amor y la vida nuestras más intensas pasiones…

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