(Continuación)
“Envenenando la tierra, el aire y el agua de los que, como los demás seres vivos, dependemos estrechamente”, así concluía nuestra nota anterior.
Hemos construido una tecnosfera monstruosa de ciudades artificiales, industrias y todo tipo de sistemas que se propagan sin cesar y sin considerar el hecho de que el espacio y los recursos cada vez mayores que necesitan se obtienen a expensas de los sistemas naturales y que su proliferación nos ata al dictado de un modo de vida antinatural, mecanizado y congestionado.
Por fin estamos empezando a darnos cuenta que tendremos que pagar un precio muy alto por haber sucumbido a la tentación de intentar remodelar la tierra, como si fuéramos los únicos en habitarla, cuando el planeta es bello y generoso precisamente porque muchas otras formas de vida contribuyen a que sea como es.
Para culminar nuestra obra, hemos aprendido a fabricar el más artificial de nuestros artefactos; la bomba, que puede destruir todo lo necesario a la vida, la humana incluida, en un abrir y cerrar de ojos.
Nuestra unidad con la naturaleza, es el elemento primario de nuestro ser y nos recuerda que todo lo que hagamos para debilitarla, acabará debilitándonos a nosotros, olvidar esto solo puede tener resultados fatales.
Aunque el hombre se ha labrado un rincón privilegiado en un mundo que reclama como suyo, su posición se está volviendo precaria y puede llegar a ser completamente efímera, a no ser que cese de ejercer como el tirano insaciable y obtuso del planeta.