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viernes, diciembre 6, 2024
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Cuando la religión exige más que Dios

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Creyentes que se esfuerzan por hacer más de lo que Dios ha ordenado, que añaden prácticas y tradiciones estrictas, que exigen a sus hermanos más de lo que la propia Biblia enseña. Situaciones que originan discusión, confusión y tropiezo; además de divisiones en los que unos se sienten mejores que otros. No es cosa nueva, en los evangelios encontramos varios casos de religiosos le exigían al mismo Jesús más de lo que las Escrituras sagradas ordenaban. Veamos algunos:

Dios les había pedido a los israelitas que no trabajen el séptimo día de la semana, pero había judíos que exageraron en su definición de “no trabajar”. Estos religiosos acusaron a Jesús y sus discípulos de no guardar el día de reposo porque, al pasar por unos sembríos arrancaron espigas y las restregaron para comerlas. Para ellos esto equivalía a trabajar y por lo tanto habían desobedecido el mandato divino. Jesús les demostró que estaban equivocados. Debería ser obvia la diferencia entre cosechar y tomar con las manos un poco de alimento, pero estos religiosos resultaron más exigentes que el mismo Hijo de Dios.

Dios también había pedido a su pueblo que no se contamine cometiendo el pecado de las naciones impías, como la fornicación, la idolatría, etc. Pero muchos religiosos habían ido más lejos, y para no contaminarse con los “pecadores”, evitaban sentarse con ellos o entrar a sus casas. Jesús les era una molestia porque era totalmente diferente. Él conversaba con mujeres de mala reputación y entraba a comer en las casas de los publicanos (recaudadores de impuestos para Roma, con fama de ladrones). Pero Jesús no lo hacía porque compartía sus pecados o avalaba su mal comportamiento, sino, por agradar al Padre, pues él le había enviado con una misión: “buscar y salvar a los que se habían perdido”. Sí, Dios exigía no pecar, pero no ordenó despreciar y olvidar al pecador, sino todo lo contrario: Amarle y ayudarle a regresar al buen camino. Los religiosos, creyendo agradar a Dios, terminaron haciendo lo contrario a su voluntad.

Un caso más: Dios había dado a los judíos ciertas reglas como señal de su pacto y distinción de los demás pueblos. Pero ellos habían añadido las “tradiciones de los ancianos” como el ritual de lavarse las manos antes de comer. La orden no era por motivos de salud e higiene, sino por una cuestión de pureza religiosa, para no contaminar su interior y mantener su comunión con Dios. En cierta ocasión, los discípulos de Jesús comían sin haber cumplido con este ritual y fueron duramente criticados por los religiosos. Jesús les respondió que nada de lo que entra en el hombre puede contaminarlo espiritualmente. Todo lo contrario, lo que sale de su interior es lo que le contamina: deseos impuros, insultos, mentiras, codicia, etc. Otra vez, los religiosos estaban exigiendo lo que Dios no pidió, olvidando además cuidar lo más importante: la conducta y las intenciones del corazón.

Los religiosos suelen enfatizar las cosas externas y las formas, antes que las cosas de fondo y del interior del creyente. Suelen dictar normas estrictas respecto a la vestimenta, las comidas, cómo orar, cómo cantar a Dios, qué días hay que ir a la iglesia, qué música escuchar, etc. Algunas de ellas quizás necesarias de acuerdo a la cultura y circunstancias en que se observan, pero de ninguna manera se las puede poner al nivel de las exigencias de Dios, que tienen que ver más con el interior, las intenciones del corazón, los pensamientos, o el nacer de nuevo; todo lo cual se hará evidente a través de una buena conducta, honestidad, fidelidad, amor, compasión, generosidad, fe, devoción, etc.

Cuando los religiosos exigen más que Dios, se alejan de Dios. Actitudes así llevan al orgullo, la justicia propia, desprecio a los demás, condenación, división y tropiezo. No todo lo que los religiosos dicen es correcto. Cuidado con las discusiones cristianas respecto a cuestiones de forma y no de fondo. Hay que leer la Biblia entendiendo a Dios. Como dice el eslogan: “Cristo no es religión, es vida”

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