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sábado, diciembre 7, 2024
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Dar mucho por nada

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Si existe un ser humano de a pie que más se parece al concepto tradicional de héroe y de santo, ése es el bombero. Estas personas representan –si tal cosa puede ser representada- el Bien absoluto. La inmensa mayoría de ellos no actúan movidos más que por el impulso antitanático de ayudar a salvar vidas. Algo que en todas las épocas ha sido, cuando menos, la excepción de la regla, ya que los seres humanos se han dedicado –y se dedican- preferentemente a destruirse los unos a los otros.

Los bomberos siguen el precepto fundamental de la esencia de ser humano en el mundo: hacer de la existencia un lugar que sea una morada digna de los valores originarios que nada tienen que ver con las religiones impregnadas de las ambiciones y codicias de sus más prelados. Los bomberos, desde que existieron las ciudades, es decir desde hace miles de años, son una “raza diferente” como diría un personaje público muy conocido en el mundo universitario.

Las antiguas ciudades como Roma, por ejemplo, fueron azotadas por terribles incendios, y siempre existieron seres que sin medir las consecuencias intervenían para tratar de salvar las vidas y los bienes que eran objeto de la destrucción ígnea. Esta situación se sigue dando hasta nuestros días y es verdaderamente asombroso –y esto lo vimos en los atentados a la torres gemelas de Nueva York- y admirable, que a pesar de las tentaciones hipermaterialistas de nuestra época, aún existan estos seres que desde su infancia manifiestan su vocación de bomberos.

En el Perú republicano del siglo XIX, los bomberos se empezaron a organizar por los inmigrantes italianos y este servicio a la comunidad, en todo aspecto, material, moral y espiritual, lo han continuado realizando a pesar de la ostensible indiferencia de las autoridades de turno enfrascadas en sus latrocinios y crímenes y para quienes los bomberos eran una especie de pulga en la oreja de su inmoralidad, pero al fin y al cabo necesarios.

El dicho, muy conocido por lo demás, y que, en vez de ofenderlos los dignifica: “para cojudos, los bomberos”, expresa de manera supina el grado perverso de una sociedad que desprecia el auténtico servicio desinteresado y que se regodea en el fango de su propia hipocresía. Sin embargo, sin hacer caso de las burlas de lños necios, los hombres que han nacido con esta noble vocación que enriquece su espíritu continúan sin tregua ni actuando con el principio de la no-violencia y dejando sus vidas en este intento. Sólo pueden ser equiparados con los médicos que mueren en los campos de Siria por los bombardeos del tirano Al Assad y sus aliados rusos; el sacrifico de sus propias vidas es aquello que los enaltece.

Los políticos peruanos se han llenado la boca de palabras por la muerte de los tres héroes, si, Héroes con mayúscula. Mañana quizás los olviden, aunque el presidente actual da claras señales de ser un hombre de bien que podría cambiar esta situación. Kuczynski, que ha vivido tantos años en Europa y EEUU, sabe que la mejor forma de apoyar este servicio desinteresado es dotarlos de implementos de última generación en su lucha contra el desastre y que ya ha llegado la hora de profesionalizar a una parte de ellos.

En los países que nos llevan la delantera, una tercera parte de los bomberos se entrenan en academias especializadas y asumen su vocación como la profesión de si vida. Dos terceras partes restantes siguen siendo sólo voluntarios, pero se da especial atención a la formación de bomberos de elite que se mantengan al tanto de los últimos adelantos tecnológicos en la lucha contra los desastres naturales y humanos, como incendios comunes y forestales, tsunamis, ciclones, inundaciones, terremotos, y toda clase de estos eventos que requieren una especialización y una dedicación a tiempo completo.

Es comprensible que algunos tradicionalistas quieran preservar el carácter “voluntario” del bombero, el que pone de relieve su desinterés, pero ello no desaparecería, al contrario, tener una fuerza pequeña, pero bien entrenada, de elite, con sueldos dignos y de acuerdo a tan grande responsabilidad y riesgo, haría que los voluntarios que permanecen como el cuerpo principal se vean mejor motivados para actuar con la eficacia que desean y que a veces no pueden ejecutar por falta de una autoridad propia que los guíe. Ojalá que en los proyectos que se van a presentar para mejorar la situación de los bomberos no se deje de tomar en cuenta su urgente profesionalización.

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