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jueves, febrero 6, 2025
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El deseo hace fiesta y el amor no está invitado

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Escribir frases de amor en el facebook, copiarse un poema y compartirlo en tu muro, comprar un oso de peluche, un ramo de rosas, una caja de chocolates, éstas, entre otras más, son comunes manifestaciones de romanticismo que como en ningún otro momento del año se dan en este mes de la amistad y el amor.

El amor se desborda, rebalsa de las casas como líquido espumante y ya en las calles es fragancia envolvente que despierta los sentidos, y juntamente con el amor se agudiza el deseo, la cálida voz de Afrodita susurra su canto a los oídos.

Encuentro curioso que en un mismo mes se celebre al amor y la fiesta de la carne, que es lo que en esencia es el carnaval. Y si les quedase alguna duda al respecto de mi afirmación que el carnaval es la fiesta de la carne, del deseo y la lujuria, pues veamos lo que sucede, por ejemplo, en el carnaval de Río de Janeiro en Brasil donde no por las puras se regalan 70 millones de preservativos. Eso me hace pensar en una relación muy directa entre el amor y el deseo, lo que da lugar a una especie de erotización del amor, una versión del amor donde los matices del deseo y el placer opacan los suaves colores del buen amor.

El deseo sexual corresponde a nuestro ser primario, nuestra naturaleza orgánica, esa suma de procesos bioquímicos que hacen que seamos lo que somos, en gran parte. El deseo está instalado en nuestra epidermis y debajo de ella; y, por más educado o espiritual que sea la persona, nadie puede escapar de su esencia de ser humano, así que tarde o temprano (en este caso más temprano que tarde) el deseo emerge de las aguas del lago de las emociones.

Por otro lado, es inimaginable una relación de pareja, un hombre amando a una mujer y (necesariamente) viceversa; es imaginable que en una relación así no exista el deseo sexual, eso que logra que la desnudes del otro resulte tan natural como tu propia desnudez, eso que hace que un tacto, un roce, un deslizar de manos y dedos se impregnen en la memoria de la piel, y ya no salga ni con los años, ni siquiera con el adiós.

La cuestión, me parece, es que muchas relaciones surgen de la efervescencia de dos cuerpos que se atraen, el deseo hace fiesta y el amor no está no invitado. Las emociones logran la cúspide más alta de la montaña rusa, ambos conquistan el Everest de las sensaciones. Y así por un tiempo, a veces poco, por lo general hasta poco después del matrimonio o del inicio de la convivencia. ¿Cómo que el amor no está invitado? Se preguntarán seguramente; pues, dicen palabras de amor, se prodigan amor y hasta hacen cosas propias de un enamorado (regalar osos de peluche por ejemplo) y entonces participan de un carácter del amor: el deseo mutuo, el sentirse bien con la persona amada. Y creyendo que conocen lo suficiente del amor se aventuran a una vida juntos, y estando juntos descubren que había más que el atraerse, que el gustarse, que el desearse. Entonces la floreciente relación empieza rápidamente a marchitarse, a perder frescura y color, lo cual termina en una ruptura, una separación. Resultado: dos corazones lastimados, que desarrollarán desconfianza para iniciar una buena y saludable relación, y más trágico aun (en muchos casos) es un hijo que no llega a comprender qué está pasando a aquellos que según su lógica, deberían solo amarse y amarlo a él.

Es que el amor, si bien ha sido desde siempre vinculado al terreno de los sentimientos y las emociones, no se restringe a éstos sino que precisa de la razón para sostenerse en el tiempo, para sobrellevar las constantes decepciones y desilusiones que irán apareciendo según avance la convivencia. El amor entonces no solo obedece a un factor emocional sino que participa de un proceso racional, volitivo donde se podrán en juego una serie de habilidades emocionales como el saber disculpar, y saber pedir disculpa, saber controlar los enojos, comunicación verbal y no verbal en fin. El amor, visto así, es fruto de un largo proceso y no el fuego, la llama que se extingue con la convivencia.

A amar se aprende y hay quienes, por sus experiencias traumáticas de infancia, les resulta casi imposible este complejo, y a la vez maravilloso, aprendizaje.

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