Los opuestos se juntan por el bien del país. ¿Suena esto siquiera verosímil? En un país como el nuestro, definitivamente no. Pero, contra todo pronóstico, fue lo que sucedió la semana que nos dejó. Dos congresistas – con nombres premonitorios – en bancadas de orillas opuestas presentaron, cada uno por su lado, proyectos de ley para adelantar las elecciones generales. La propuesta: que se vayan todos, tanto Ejecutivo como Legislativo, y volver a las urnas el 2023.
Digna Calle, de Podemos Perú, es la autora de una de las propuestas legislativas. Pasión Dávila es el colega que presentó una iniciativa muy similar, con el relevante añadido de que se trata de un representante de Perú Libre, el partido oficialista. Digna y Pasión. En innegable. Entre los dos resúmenes la historia de nuestro pueblo. Digna Pasión, sufrir con dignidad.
Pero, como dicen, la pasión es algo que no dura. Efímera, como todo lo bueno sobre la faz de la tierra. Y así de efímero resultó ser el proyecto del perulibrista, del que retiraron sus firmas todos los integrantes del ala magisterial que se sienten – o se sentían – más cercanos al presidente Castillo que al comediante involuntario y aspirante a autócrata, Vladimir Cerrón. Precisamente este último, con sus ínfulas de caudillo, habría vociferado lo necesario y Pasión se quedó solo con su soledad.
Digna Calle – que perfectamente podría ser el nombre de un movimiento popular – es la única que mantiene en pie su propuesta e insiste con ella. Sorprende que alguien de la bancada “Telesup”, manejada por uno de los principales interesados en tumbarse la reforma universitaria por pura angurria, muestre tal grado de desprendimiento y lo sostenga. Lo que, en apariencia, ratifica lo nefasto de poner en el mismo saco a medio mundo.
Eso sí, habrá que esperar si sus colegas en el hemiciclo la apoyan. Debe tenerse en cuenta que no hace falta una votación extraordinaria e inalcanzable: 66 votos son suficientes para que las peruanas y peruanos tengamos nuevamente la posibilidad de elegir. Aunque, y hay que ser enfáticos en este punto, si la convocatoria a elecciones no viene precedida de una reforma política que nos evite repetir los escenarios de los recientes comicios, estaremos destinados a vivir en un déjà vu constante, un bucle interminable que terminará por acabar con las pocas esperanzas que el país aún tiene en el sistema democrático.
Lo que con digna pasión debemos entender es que el problema no es la democracia. El problema tampoco es el electorado, al que no pocos tachan de ignorante y pretenden negarle su derecho a decidir sobre cuestiones vitales en su porvenir (quizá baste con seguir modificando la actual Constitución, pero someterla a la consulta popular no debería ser motivo de espanto). El problema, volvemos a insistir, es el diseño del sistema que se emplea en el Perú, una mala copia de modelos presidencialistas foráneos que alienta el arribo de advenedizos sin formación política y la repartija de curules por la mera voluntad de los dueños de pseudo partidos políticos o el poder de la billetera. Sí, en el planeta entero billetera mata galán – y coloca impresentables en las actas de sufragio – pero lo nuestro es una teleferia. Nada, absolutamente nada, fomenta la militancia en torno a idearios sólidos. Y nada, absolutamente nada, garantiza que los supuestos representantes que emanan de la voluntad del pueblo representen verdaderamente a alguien.
Como ya se han percatado hasta en las filas del partido de gobierno, la situación es insostenible y a la inacción sobrevendrá la debacle. Digna pasión, digna calle, digna indignación.