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lunes, diciembre 9, 2024
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El desgobierno de la desvergüenza

Pedro Castillo sigue en la presidencia y, al parecer, la torpeza de una oposición que el último sábado hizo el ridículo con la “marcha de los cuatro gatos” lo mantendrá por un buen tiempo más.

Francamente, el profesor superó todas mis expectativas. Verlo ejercer el rol de mandatario entrando al tercer mes del 2022 era poco probable en julio pasado, cuando el “fraude en mesa” se convirtió en el grito de batalla de una derecha que representaba un avasallador poderío económico y mediático. E incluso hasta el mes pasado, sus días parecían contados. Bueno, siendo justos, siempre lo parecen. Y es que, tras ser evidente que de líder comunista no tenía nada – ni de comunista, ni de líder – resultó preferible para muchos el tener a un grupo de aprendices a los que una prensa adversa les iba a cantar todo que a los maestros del engaño con experiencia en implementar un complejo andamiaje para darle un halo de legalidad a la demolición soterrada de la institucionalidad democrática, acompasados por el silencio de una prensa preocupada por justificar su frenética defensa del sistema y la campaña de demolición emprendida contra el maestro del sombrero durante la justa electoral. Pero, una vez en el poder y salvo ciertos – y breves – instantes de lucidez, la figura de Castillo se desdibujó incluso entre quienes lo apoyaron sin condiciones a la par que el ‘hashtag’ #VacanciaYa no deja de ser tendencia en redes desde su asunción al cargo. Y de esto, ya se ha escrito mucho, incluyéndome. No se requiere demasiada ciencia para concluir que la actual gestión se sostiene de forma casi milagrosa por cortesía de sus adversarios, prisioneros de sus propios prejuicios, y la reciente marcha ‘provacancia’ lo corrobora… otra vez. Por más que ciertos actos de este gobierno nos causen repulsión, marchar contra la corrupción junto a controvertidas figuras de regímenes corruptos de nuestra historia reciente no es precisamente algo que nos convenza de participar o nos convoque. Ni qué decir del abierto racismo de algunos de sus ‘influenciadores’ y líderes de opinión.

Lo alarmante es que, frente a tantas situaciones límite vividas sin mayores costos que asumir, el mandatario va adquiriendo una sinvergüenzura inquietante. Según se percibe, la inoperancia de la oposición – cuyos ataques no le han infligido daños de consideración pese a estar empecinada en sacarlo – lo han convencido de que no hace falta disimular la angurria de los suyos. Y la propia, claro está.

Después de celebrar que el nefasto Silva saliera del Ministerio de Transportes y Comunicaciones, Castillo nombra en su lugar a un funcionario de confianza del exministro, con lo que, en la práctica, nada cambia. Del mismo modo, el presidente no titubea en observar una de las – poquísimas – buenas iniciativas aprobadas por el actual Congreso: evitar que procesados y sentenciados asuman cargos de ministros y viceministros. Es evidente que planea persistir en el nombramiento de impresentables carentes de cualquier mérito, con excepción de su filiación política o su lugar de nacimiento (por estos días varios desearíamos haber nacido en Chota). No es una cuestión inédita. Lo único inédito es la desfachatez con la que se hace.

El profesor transforma sectores enteros del Estado en su chacra y la oposición, fuera de sus berrinches cargados de clasismo, es incapaz de asestarle trompada alguna (en sentido figurado, vale aclarar). Un golpe de estado sería nefasto. Sin embargo, la ausencia de control efectivo es más nefasta aun. Insisto con lo mismo que se ha venido diciendo desde esta humilde columna semanas atrás: necesitamos un mejor Ejecutivo y un mejor Legislativo con urgencia. La ausencia de ambos está corroyendo sin cesar los fundamentos mismos de nuestra república.

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