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sábado, febrero 15, 2025
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El zumbido de la indiferencia

Es curioso cómo a veces las enfermedades parecen convertirse en parte del paisaje, como si se volvieran tan comunes que ya ni nos asustan. El mosquito que transporta el dengue, tan diminuto, pero tan molesto, ha logrado ser uno de esos invitados indeseados que, al parecer, se han instalado cómodamente en nuestra rutina.

Cada vez que las noticias nos arrastran a la realidad de la fiebre del dengue, pareciera que el reloj de la conciencia se detiene en un tic-tac lento e indolente. Y en este caso, ese tic-tac podría ser el preludio de una tragedia que ya no podemos ignorar. La última semana, como si fuera un recordatorio cruel, nos ha golpeado con la noticia de dos niños fallecidos: uno en el distrito de la Banda de Shilcayo y otro en Tarapoto, que llegó desde del distrito de Caspizapa. Dos vidas truncadas que no deberían haberse ido tan pronto, pero que, lamentablemente, cayeron como víctimas de un mosquito que sigue teniendo más poder del que muchos parecen reconocer.

El dengue ha vuelto a hacer de las suyas, y con él, la indiferencia parece haberse apoderado de muchos. Pero, ¿por qué el mosquito Aedes Aegypti, ese pequeño y aparentemente inofensivo insecto, sigue siendo tan efectivo en su misión de propagarse? La respuesta está en la descarada falta de conciencia, desinformación y, sobre todo, la eterna costumbre de pensar que “a mí no me va a pasar”.

El dengue no discrimina. No tiene compasión por la edad ni el nivel socioeconómico. Es un mosquito con un hambre insaciable de sangre que se convierte en la condena silenciosa para una población que parece no aprender de sus propios errores. El virus se esparce y lo que más debería alarmarnos, es la velocidad con que avanza y la falta de conciencia que continúa reinando, como si la tragedia siempre le ocurriera al otro, a otros, a aquellos que no están en nuestro entorno.

Nos encontramos en un momento crítico, donde el dengue no solo está al acecho, sino que ha decidido sentarse a la mesa de nuestras casas como un invitado no deseado que, sin embargo, no sabemos cómo echar. El panorama es alarmante: los números de casos siguen en aumento, pero lo que realmente asusta no son las cifras, sino la manera en que las personas siguen ignorando las advertencias.

La picadura del Aedes Aegypti, podría parecer solo una molestia temporal, pero si nos detenemos un momento, nos damos cuenta de que este pequeño insecto no solo nos afecta físicamente, sino que está metiendo la pata hasta el fondo en nuestra salud pública. No es solo la fiebre, el dolor de cabeza, los vómitos o la erupción cutánea. Lo realmente preocupante es cómo seguimos sin aprender la lección y cómo cada muerte sigue sin importar.

Mientras los números de contagios crecen de manera vertiginosa, muchos prefieren ignorar las recomendaciones más básicas. Nos quejamos del calor, de la lluvia, de la vida cotidiana, pero nunca de lo que realmente está bajo nuestra nariz: el descuido.

En el fondo, la verdad duele: nos hemos acostumbrado a vivir con el riesgo, como si el dengue fuera una película de terror que vemos desde el sillón sin pensar que podría llegar a nuestra puerta. Las campañas de prevención, por más que se difundan por todos los medios, parecen caer en oídos sordos. Nos reímos de las cifras en las noticias, pero el mosquito no entiende de risas ni de ignorancia. Si no tomamos acción ahora, podríamos encontrarnos no solo con más casos de la enfermedad, sino con un sistema de salud colapsado.

Las muertes recientes son solo un reflejo de nuestra indolencia colectiva. Dos niños muertos en una semana deberían ser el llamado urgente a tomar acción, por todos los que aún estamos a tiempo de evitarlo. El dengue sigue ganando terreno, no solo por su capacidad de propagación, sino por nuestra falta de interés en detenerlo.

En medio de este panorama, lo que más preocupa es la falta de empatía hacia el problema. El dengue no es una enfermedad aislada de aquellos que “no cuidan su entorno”; es una llamada de atención a todos, porque el mosquito no tiene fronteras ni prejuicios. Mientras sigamos indiferentes y evitando tomar responsabilidades colectivas, seguiremos siendo presas fáciles de esta amenaza. Quizás es hora de dejar de pensar que “a mí no me va a pasar” y empezar a pensar en el “nosotros” que realmente importa.

La indiferencia es la verdadera epidemia, y el mosquito, un simple recordatorio de lo que sucede cuando la conciencia se duerme. Ya es hora de que despertemos, porque si seguimos así, no será solo el mosquito el que nos pique, sino nuestra propia irresponsabilidad.

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