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miércoles, febrero 12, 2025
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El largo viaje del tío Ramón Bartra Saavedra

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Solía encontrarle a las siete de la mañana de todos los domingos bajando por la acera derecha de la tercera cuadra del jirón Santa Rosa, caminando erguido, con su actitud serena y un porte que a muchos les podría parecer altivo pero era su manera de demostrarnos su satisfacción íntima por haber sido un triunfador de la vida, que venció las dificultades y que se enfrentó con su destino con dignidad y nobleza. Es que el tío Ramón Bartra Saavedra tuvo la sabiduría para construir una familia en donde la unión y el compromiso siempre fueron sus valores supremos.

Descendiente de la familia Bartra que sentaron sus reales en Chazuta, el tío Ramón fue el último de esa estirpe cuya generación fue algo especial. De él puedo decir que fue un auténtico hombre de selva, porque se amoldó a las circunstancias de un pueblo en donde se vivía al ritmo de la naturaleza, que tiene sus propias leyes, y en donde la osadía e intrepidez ponen a prueba a todos. Y el tío Ramón fue uno de ellos, porque como hombre ribereño dominó la corriente del río y pescó con arte la doncella y el boquichico; como hombre del bosque, fue un cazador eficiente y hurgó en la floresta para atrapar al paujil y al venado colorado. Y no lo hizo como parte de un safari local; era parte una necesidad cotidiana y lo hizo con la sabiduría propia de alguien que supo cumplir su rol y responsabilidad con entereza.

Recuerdo al tío Ramón como esa persona callada, tranquila y sosegada, pero de una personalidad fuerte que le permitió enfrentar la vida y salir victorioso en sus batallas. Esas cualidades le hicieron salir airoso de esas responsabilidades que asumió como, por ejemplo, Juez de Paz, en donde más que aplicar la ley recurría a la justicia y a sus propios juicios para hacer dirimir los conflictos dentro del espíritu salomónico de un Rosendo Maqui, aquel personaje de “El mundo es ancho y ajeno”, de Ciro Alegría.

Ese era el tío Ramón: sabio, sensato y reflexivo dentro de ese silencio del que lo recordaron sus nietos en una semblanza que leímos y escuchamos el domingo pasado, cuando lo velábamos. Una persona al que jamás le interesó ser parte de una sociedad para buscar notoriedad y prestigio, porque era plenamente consciente que fue un padre que triunfó en la vida, y sus logros estaban con él, en esa familia numerosa que acompañaron sus días, en las diferentes etapas de su vida, tanto en su otrora fundo ganadero en el caserío de Sachapapa, como en el pueblo y, finalmente, en esta ciudad de Tarapoto, del que fue testigo de su crecimiento y desarrollo.

Le recuerdo bien en todas las etapas de su vida. Le recuerdo en esas frases y respuestas agudas, como oportunas. Le recuerdo en medio del río pescando; en el bosque, con la mirada aguzada esperando que el paujil se ponga a tiro; contando sus ganados y con ellos el cebú que compró en la Granja El Porvenir, de Juan Guerra, mientras la tía Rosario ordeñaba las vacas para preparar los quesos…Le recuerdo con sus remos y tangana sobre sus hombros dirigiéndose al río para iniciar una nueva jornada, en esa canoa que fue siempre su compañera… Le recuerdo tomando su café de olla… Le recuerdo en esos silencios; le recuerdo en sus momentos en que tenía que poner orden y era cuando su furia parecía que fuera la estampida del trueno cuyo ruido se perdía en los confines del bosque… Y lo recordaremos siempre todos quienes fuimos parte de su vida, y mucho más cuando su partida inesperada parece que hubiera querido fuera silencioso.

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