Nunca me alcanzará el tiempo para expresarles mi agradecimiento a mi maravillosa familia, a mis amigos y otras personas que se hicieron presente por la temprana desaparición de mi esposa Betty. Si bien no estaba en mis pronósticos, desde hace casi cinco meses atrás la sospecha y el miedo de que eso ocurriera comenzó a rondarme. Pero guardé silencio pese a esa aprensión que comencé a sentir desde entonces. Y el hecho se consumó para que llegara la tristeza; esta que, creo, será larga y no habrá formas que mi tristeza se vaya a la tierra del olvido.
Pero este inmenso dolor fue soportado, y lo seguirá, por la solidaridad de mis hermanos y cuñados, mi familia –por el lado mío, como por el de Betty–, mis amigos del ex Instituto Nacional Agropecuario N° 10, del ex Banco Agrario y del Fondeagro, y mis compañeros actuales de la Dirección Regional de Agricultura San Martín. Por el lado de ella, la Cooperativa San Martín de Porres; de esas amistades que compartíamos; los buenos amigos, los amigos y condiscípulos de mi Marcelo, tanto del San Antonio de Padua y los profesores y compañeros del aula del Centro Educativo Valores. También nuestros vecinos de la Urbanización Martínez de Compagnon. Los amigos de Sergio y Boris. Perdonen que no mencione a muchos, pero es un riesgo que he querido correr.
Nunca pensé recibir tanta solidaridad, precisamente en ese momento que más se necesita, cuando comenzamos a creer que estamos solos en el mundo. Es entonces que entramos a descubrir la realidad de que el mundo no es tan malo como acostumbramos creer, a pesar de la perversidad de los malos políticos: esos miserables que han convertido a sus organizaciones en mafias criminales y que existen solo porque tienen militantes obsecuentes a quienes les es ajeno el cuestionar a sus “líderes” a pesar que sus latrocinios son tan evidentes y donde la sospecha es más contundente que la acreditación de sus crímenes. Pero allá ellos, mientras despierte esa ciudadanía honesta y no se deje embaucar. Perdóname, Betty, que exponga mi furia, en esta nota de agradecimiento.
La solidaridad sincera que uno recibe no tiene precio de devolución. Porque el afecto que nos muestran se convierte en un valor inconmensurable, porque, debo confesar, que mi extraordinaria familia Arévalo y Plascencia, cumplió su papel de una manera maravillosa: lo esperaba y lo hicieron posible; los amigos que esperaba llegaron; las personas que no pudieron llegar llamaron o utilizaron las redes sociales. Mi familia, nuestros amigos y vecinos del Fonavi que me esperaron en el aeropuerto de Tarapoto. Aquellos que no llegaron que no se preocupen, porque ese vacío fue llenado con quienes sí lo hicieron. Nunca podré olvidar las contribuciones de mi familia y mis amigos, pues ¿cómo olvidar los gestos bellos?
Discúlpenme: un agradecimiento especial a los propietarios y editores de los diarios AHORA y VOCES por publicar semblanzas de mi esposa Betty, que escribí antes de su deceso guardando esperanzas de no perderla. Gracias a los medios radiales y a sus conductores por difundir la noticia. Gracias al grupo religioso que se hizo presente. Gracias Ethel Linares Lozano por tus palabras de reconocimiento y encomio en honor de mi Betty. Gracias, Ángel Morey Bartra. Gracias Boris Estephano, Marcelo Matías y William Jared, por ese bello y emotivo gesto, que una abuelita buena y tierna lo merecía en justicia. Un millón de gracias a todos y por toda la eternidad. Gracias a todos por sus afectos.