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viernes, diciembre 13, 2024
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¿La mujer araña o la mosquita muerta?

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Son tímidas, frágiles como las muñecas de porcelana, calladas y débiles. Despiertan en ellos los sentimientos más sinceros de protección. Estas mujeres arman su personaje para conseguir lo que desean.

En apariencia son mujeres buenas, generosas, dulces, inocentes, vulnerables, sensibles, capaces de hacer todo por ti y por el mundo. Son casi unas santas, y de modo irónico, incapaces de matar a una mosca.

Claro, antes de convertirse en la mujer que te envuelve literalmente con sus telas de araña. Reconozco que son más vivas que inteligentes. Por algo se les dice moscas. Siempre alertas, en la marca de salida, preparadas para ser las primeras en la carrera de los 100 metros planos. ¿Qué quieren ganar? No sé, pero quieren ser las únicas. Pueden quitarte el novio, la atención del novio, la chamba, los amigos, las amigas, lo que sea. La envidia es su miel; la inseguridad, su motor.

El mito de la mosquita muerta se basa en algo real: esa indefensa criatura, de pronto, despliega sus alas de murciélago, abre la boca inesperadamente sexy y le brotan colmillos de vampira, vuela como un buitre sobre sus víctimas moribundas y entonces, se convierte en lo que verdaderamente es: una potente depredadora sexual.

No son calentadoras con los hombres que quieren, porque donde ponen el ojo ponen la bala, a esos los consiguen con una de sus tantas y amoldables tácticas. Por ejemplo, a los hombres con los que nunca tendrán nada, pero con los que salen de vez en cuando “como amigos”, le coquetean de manera sutil, sin excesos y sin lugar a reclamo, como con tu novio por ejemplo. Y es increíble, no se qué diablos hacen, pero los hombres caen redonditos en sus retorcidas alas de manipulación. Y ¡ay! de quien tenga la osadía de hablar mal de ellas. Pero si ella es un “ángel”, dirán todos, idiotizados.

Entre las mosquitas muertas hay dos estilos bien diferentes. Por un lado están aquellas que se muestran tímidas, inocentes e introvertidas. Mujeres que los demás consideran vírgenes eternas, vestidas con colores pasteles, y con un estilo poco llamativo. Hablan poco y todo parece darles vergüenza. Son las que tienen como estrategia principal, producir pena.

La otra clase de mosquita muerta, son las que juegan el papel de interesantes, desde el punto de vista que tienen un mundo privado muy amplio, y como que no se dan cuenta de cómo funcionan las cosas. Todo lo hacen desde su inocencia, y entonces, los hombres se sienten culpables si ellas los tocan o se les sientan en las piernas, porque creen estar pensando mal, ya que ellas “no lo hacen con mala intención”. Muchas usan el personaje de la artista despistada, o de la infantil eterna. Usan como estrategia principal, la inocencia.

Unas y otras parecen ser muy distintas, pero tienen algo absolutamente idéntico: son conscientes de lo que hacen y buscan controlar a los demás. A las mujeres, despistándolas porque no parecen competencia. A los hombres, provocándoles atención desde un lugar tierno y acogedor.

Pero me pregunto ¿qué hay detrás de todo esto? ¿No somos acaso las mujeres aquellas que nos apoyamos, nos queremos y nos solidarizamos con nosotras mismas? Resulta que en muchos casos, no. Somos nuestras propias enemigas. El adversario deja de ser el sexo opuesto, para ser el propio; y nos da vergüenza admitir, que podemos llegar a ser tan bajas, y muchas veces, realmente perversas. Odiamos asumir el riesgo de ser estereotipadas como las malas de la película, cuando ambos, hombres y mujeres, lo pueden llegar a ser. No pienso que sea una cuestión de género, sino de singularidad.

Y estoy segura de que a muchos hombres les ha sorprendido haberse encontrado una loba con piel de cordero; del mismo modo del que yo me sorprendí, y me dolió, darme un trancazo con la realidad al descubrir que aquella que era mi amiga, era sólo una mosquita muerta.

El silencio es su mejor amigo. Ser caleta es su DNI. Por todos lados hay alguna. Así que, fíjense bien. Desde ahora, yo apuesto por el baygón, un matamoscas o un “anda vete”. Las moscas muertas que se queden enterradas en el pasado. Hay cosas que disfrutar en la vida.
Como buena romántica, en el sentido extenso de la palabra, sigo creyendo en la amistad, pero sin moscas vivas rondando mi café de la mañana, ni moscas muertas rondando mi vida, ni mi marido…

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