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miércoles, diciembre 4, 2024
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Ni borregos ni terrucos “Ni de izquierda, ni de derecha, soy de los de abajo y voy por los de arriba”

La primavera peruana del 2020 quedará registrada en la historia por ser la mayor manifestación de indignación de un pueblo asqueado de un sucio sistema de poderes.
Sigue vigente como “forma tradicional de hacer política”, copar el poder para desfalcar al país.
Por: Marco Hidalgo Murrieta

Pocos creyeron que la protesta popular tendría un desenlace tan contundente y en tan corto tiempo, con un protagonismo juvenil sin precedentes, que en un clic tomó las calles y plazas para decir “¡ya basta!” a ese otro poder corroído llamado Legislativo. Fue una protesta de banda ancha y en tiempo real.

Algunos ejemplos de respuestas masivas en todo el mundo, lejanas por la distancia, pero cercanas con la tecnología, incitaron a la protesta, avivaron su reacción ante lo que consideran -sigue vigente- como “forma tradicional de hacer política”, entendida por copamiento del poder para desfalcar al país.

Fue una protesta ciudadana que se cayó de madura. Con presidentes presos y candidatos, en apariencia, por el mismo camino, y congresistas rapaces, el hartazgo ciudadano era el escenario para el estallido social. Y éste encontró su justificación en la venganza política del Congreso, simulada con un débil argumento legal contra el presidente de turno, Vizcarra, quien también se verá con la justicia. No era el afán de darle impunidad sino la doble moral de quienes lo condenaban.

Hay una lógica que alimentó la corriente negativa contra la vacancia. Si las denuncias por supuestos delitos lo “incapacitaban moralmente” al presidente, muchos legisladores implicados judicialmente en hechos delictivos también se ajustaban a la misma figura. Dirán que esa causal no era para ellos, pero la población lo percibió así: el ladrón juzga por su condición.

Estaba dado el momento para la rebeldía juvenil, que encontró su causa, aquella causa que sus padres no la quisieron tomar. La indignación es multigeneracional en nuestro país y las nuevas generaciones la tienen desde que nacieron. El inconformismo se radicalizó en la “generación del bicentenario”. Para Marañón, la rebeldía es el deber y la virtud fundamental de la juventud.

Los jóvenes fueron ridiculizados por aquellos que se creyeron dueños del país sin presagiar la oleada masiva de indignación. Reducidos a simples borregos o terrucos, es desconocer que en su gran mayoría fueron universitarios y profesionales. Si no eran manipulados por los medios de comunicación de grupos empresariales, fueron aprendices de terroristas o cayeron seducidos por líderes políticos o partidarios, decían quienes los etiquetaron.

Si la protesta fue contra la corrupción y el abuso de poder, no calzan el terruqueo, la manipulación mediática, menos el seguir a líderes de la ya obsoleta clase política.

El colectivo no fue solo de jóvenes, fue intergeneracional, un concierto polifónico de voces cuyas frases quedarán para la posteridad. Sujetos políticos con voz propia, que expresaron su malestar, su anhelo de ser escuchados, de ser tomados en cuenta. “Ni de izquierda, ni de derecha, soy de los de abajo y voy por los de arriba”, explica el sentir ciudadano.

Los más jóvenes, gamer y tiktoker, también se expresaron, pese a ser ninguneados al principio y desacreditados después. Contra su apatía por el compromiso social y un pasotismo adquirido por la frustración e impotencia de generaciones pasadas que no cambiaron nada o dejaron pasar todo, pusieron a un lado sus consolas o teclados y se pusieron a disposición del mundo.

Fueron seis días de gritos y cacerolazos que dejó dos jóvenes muertos, más de 200 heridos y 63 de ellos hospitalizados, con pequeños brotes autoritarios del “golpe legislativo” de Merino, actuando con violenta represión policial, censurando a algunos medios e intentando desaparecer a jóvenes.

El sentir de las calles deberá repetirse en las urnas.

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