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lunes, diciembre 2, 2024
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Que venga la revolución judicial

La prometida ´reforma judicial´ es un tema realmente muy difícil, y no porque lo sea, sino por saber a quienes se les está confiando trabajar en la formulación de dicha reforma. Recordarán mis lectores que este tema lo he tratado en artículos desde hace ya más de una década y recién ahora, con la propalación de unos audios, todo el país se ha persuadido de que la hora de iniciar dicha revolución ha llegado, porque debe ser ¡ahora! Pero no debe ser solo una “reforma”, porque lo que necesitamos es una auténtica revolución judicial, como lo he planteado y que también, ahora, lo sugiere el congresista Jorge del Castillo Gálvez, como leemos en los medios.

Desconocemos en qué consistirá dicha ´reforma´. Para comenzar, sabiendo que el tema de la justicia no es solo de fiscales, jueces, procuradores – en buena cuenta solo de abogados—deberá conformarse un equipo multidisciplinario porque la sociedad corre el riesgo de que se trate solo de un maquillaje en donde solo se variarán procedimientos para que la ´reforma´ sea solo un aspecto parcial con lo que no se habrá hecho nada, porque todo quedará en el ámbito decisional y discrecional de quienes “administran” justicia.

Para mí el tema va por los conceptos. Primero, entender qué es la justicia y en esto privilegiar la justicia al código, como lo mencionaron –creo que fue Távara, si mal no recuerdo, como leí alguna vez en La República–. Y esto para que quienes tienen el privilegio y la gravísima responsabilidad de emitir acusaciones y sentencias no pongan en peligro a la sociedad y que se arroje al desprestigio a los ciudadanos que pudieran cometer errores en el desempeño de sus funciones pero que, necesariamente, no son corruptos. Muchos recordarán, a propósito, que durante su campaña en el año 2006. Alan García Pérez, declararía –no lo recogieron los medios escritos—que muchas veces quienes son acusados y sentenciados por corrupto realmente no son corruptos. ¿No sería oportuno crear una instancia para revisar estos fallos y castigar severamente a esos jueces que no interpretan y valoran los contextos en los que a veces se cometen errores en la administración pública? Porque los jueces no son de acero, tienen también sentimientos, prejuicios, inquinas, bajas pasiones, y sus decisiones son producto de ese conglomerado de aspectos.

Un segundo aspecto es el de desjudicializar a la sociedad. Por ejemplo, presentar un escrito con la obligación de hacerlo ´con firma de abogado´ para garantizar la seguridad jurídica como si el ciudadano que presenta un documento fuera lerdo y bruto. Y esto es algo que debe acabar ya, porque es una exigencia infamante e irrespetuosa. Porque eenemos una sociedad enferma, judicializada y criminalizada, y este especio periodístico es corto para abordarlo totalmente, pues hemos creado e institucionalizado la cultura del miedo, pues cuando a alguien le dicen “búscate un abogado”, ahí a la gente se le viene se le revuelven los intestinos y se les viene la diarrea porque quienes han sido parte de cualquier litigio saben que eso es un costo tremendamente oneroso y el pobre ciudadano tiene que vivir procesos judiciales por décadas, con notificaciones a diestra y siniestra y otros actos para no poner en peligro la “administración de la justicia”.

Necesitamos, sí, una auténtica revolución judicial, para evitar que la sociedad esté secuestrada por una especie de clan con lo que esta sociedad pierde su libertad, como declararía un español al diario El País, porque entrar en este escenario es realmente trágico y ser parte del escenario de una dimensión desconocida pero proterva. Y es necesario se despercuda de esta especie de tutela, porque esta revolución judicial debe ser parte de un contexto total que comprenda una modernización del Estado en todos sus aspectos y solo se recurra a la Justicia en casos puntuales. Y de paso, necesitamos una nueva Constitución Política, para que el Estado no siga maniatado por los grupos de poder e incorporar en ella mi propuesta. Dentro de ello una auténtica descentralización del país para que cada región promulgue sus propias leyes.

Aprovecho para saludar a mis buenos amigos abogados, que son muchos. A ellos nunca les escuché decir “soy abogado” y toda la amenaza y drama que puede significar esto. (Continuará).

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