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martes, abril 22, 2025
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¿Y si el que debe adaptarse eres tú?

El autismo no es una historia ajena. No es una película triste de esas que ves un domingo en la tarde entre lágrimas y con un final feliz. El autismo está más cerca de lo que crees. Está en tu barrio, en el colegio de tus hijos, en la oficina, en la banca del parque donde te sientas a ver la vida pasar. Quizás no lo notes porque estás demasiado ocupado creyendo que no te toca. Pero créeme, te toca. Nos toca a todos.

La palabra “inclusión” suena bonita en los discursos, brilla en las redes sociales y queda perfecta en un mural de colores. Pero, ¿Qué tan real es cuando se apagan los micrófonos? ¿Cuántos realmente abrimos la puerta, no solo para mirar, sino para convivir, entender, incluir? Porque no basta con decir “todos somos iguales” mientras diseñamos un mundo solo para los que se ajustan al molde.

El autismo no necesita lástima, necesita respeto. No necesita “días especiales”, necesita acciones diarias. Y sobre todo, necesita algo que parece estar en peligro de extinción: empatía.

Hablemos claro. Vivimos en una sociedad que aún se incomoda cuando alguien actúa “diferente”. Si un niño hace un berrinche en público, lo primero que se escucha son los juicios: “qué malcriado”, “los padres no lo educan”. Rara vez alguien piensa: “quizás es un niño con autismo y está abrumado por los estímulos”. Porque no estamos educados para pensar más allá de la superficie. Y eso, honestamente, es culpa de todos.

Hay una idea errónea de que el autismo es una burbuja donde viven personas incapaces de comunicarse, de sentir, de amar. Falso. El autismo no es falta de emoción, es una forma distinta de procesarla. No es ausencia de palabras, es un idioma diferente. Y si no lo entiendes, no es culpa de ellos. Es tuyo el esfuerzo de aprender.

¿Te imaginas vivir en un mundo que no está hecho para ti? Donde los sonidos son demasiado fuertes, las luces demasiado intensas, las reglas sociales demasiado abstractas. Donde cada día es una lucha por encajar en un rompecabezas que parece no tener tu forma. Eso viven muchas personas con autismo. Y sin embargo, salen adelante. Trabajan, aman, crean, enseñan. Viven, a pesar de un sistema que aún los trata como ciudadanos de segunda.

¿Y sabes qué es lo más irónico? Muchos no nos damos cuenta de que el autismo ya forma parte de nuestras vidas. Porque no solo está en documentales ni en campañas del 2 de abril. Está en tu sobrino que no habla mucho pero te abraza con fuerza. En tu hermana que memoriza canciones enteras pero evita el contacto visual. En ese vecino que no te saluda, pero sabe de memoria el horario en el que pasa el carro recolector y sale a barrer su vereda para dejarla limpia. Está ahí. Siempre ha estado.

Pero claro, llega el 2 de abril y todos nos ponemos la camiseta azul. Subimos una historia con un corazoncito y escribimos “concientización”. Las autoridades se toman la foto con niños autistas, lanzan globos al cielo y repiten frases vacías. Y al día siguiente, vuelven a ignorarlos. Vuelven a negarles una vacante por “no estar preparados” para atenderlos. Vuelven a negarles un trabajo porque “no se adaptan”. Vuelven a levantar muros donde deberían construir puentes.

¿Te parece justo? A mí no. Me da cólera. Una cólera que arde cuando veo a las autoridades aplaudiendo discursos que no entienden, posando para fotos con niños a los que no saben cómo hablarles, prometiendo “inclusión” en un país que ni siquiera garantiza acceso a terapias, educación especializada o transporte digno.

Y sin embargo, entre tanta indiferencia, hay voces que hacen temblar esos muros. Como la del joven con autismo que, con más claridad que muchas autoridades, dijo en el frontis Congreso del Perú: “Conozcan más sobre nuestra condición para que no estén gritando viva el autismo como lo hizo hoy una autoridad”, en referencia a las desafortunadas declaraciones del Ministro de Educación, Morgan Quero, quien en una intervención pública como para caer bien en su ignorancia gritó a todo pulmón “Que viva el autismo”. El joven le solicitó al ministro que, en lugar de generar polémicas se enfoque en priorizar y mejorar la gestión de su ministerio.

Eso, señores, es un llamado de atención. Un grito que no se apaga con un post bonito una vez al año. Porque el autismo no se conmemora solo el 2 de abril. Se vive, se respeta, se apoya los 365 días del año. Hablar de autismo debe ser tan cotidiano como hablar de derechos humanos, de justicia, de dignidad. Porque eso es, al final, lo que estamos pidiendo: que se reconozca la humanidad completa en cada persona, más allá de su diagnóstico.

La verdadera inclusión no es tolerar la diferencia. Es valorarla. Es dejar de ver el autismo como un problema y empezar a verlo como parte de la diversidad humana. Y para eso, no hace falta ser experto. Solo hace falta tener corazón, oído abierto y la humildad de admitir que aún tenemos mucho que aprender.

Así que no esperes al próximo 2 de abril para hablar del tema. Hazlo hoy. Hazlo mañana. Hazlo siempre. Porque el mundo que queremos construir no es uno donde “todos caben si se adaptan”, sino uno donde no haga falta adaptarse para pertenecer.

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