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viernes, mayo 3, 2024

Carta de un escritor a otro escritor

José María Arguedas, grande retrato de las letras andinas, tenía muchos enemigos, pero grandes y selectos amigos, como Abelardo Oquendo, quien es testigo de muchas confesiones sociales, personales y literarias del escritor. En esta breve carta José María Arguedas, nos manifiesta tres realidades que caracterizaron el estilo de vida que tuvo: no aprendió a conocer lo suficiente a la gente, pero conoció mucho el lenguaje del pueblo, y poco el alma de las mismas.

LIMA, 15 DE JULIO DE 1960.

Querido Abelardo:

Si no tuviera la convicción de tu honestidad y de la pureza de tu espíritu no me permitiría escribirte estas pocas líneas, por las que te pido disculpas.

¡Qué extrañas consecuencias ha tenido ese artículo que escribí sobre las detestables «Danzas Incas» de Don Castro Franco!

Yo me opuse tenazmente ante Enrique Solari y Ricardo Sarria que se lanzaron, por el afecto que me tienen, a organizar un agasajo de «desagravio». Les dije que verdaderamente creía no necesitarlo y que me sentía incapacitado para enfrentarme a una reunión en mi homenaje. Pero insistieron, afirmaron vehementemente que ellos también eran los ofendidos. Entonces les manifesté que declinaría el homenaje, con toda seguridad. Y hoy sale esa carta en «El Comercio». Hace algún tiempo que no estoy bien de los nervios. Pero ¿no te parece mi querido Abelardo que, ahora, algo lejos ya de la fecha de la «amable» carta de Don Castro Franco, la otra carta aparece como un documento de garantía que firman mis amigos y otros en favor de «mi ejemplar conducta moral»? ¿Tú también crees, Abelardo, de que de veras necesitaba mi vida de ese documento de garantía a raíz de las calumnias de un calumniador de oficio? En cuanto a la evidencia de que mis amigos y aun algunos de los pocos enemigos que seguramente tengo no iban a creer en esas calumnias, yo estaba tan seguro de esto que así lo afirmé categóricamente y con cierto orgullo en mi respuesta a Castro Franco.

Me siento nuevamente preocupado, con una verdaderamente dolorosa inquietud. Tal parece que efectivamente no he aprendido aun a conocer a las gentes de la ciudad, que he aprendido mucho de su lenguaje pero muy poco de su alma.- Reflexionando, creo descubrir que te he elegido para esta especie de queja porque te estimo y porque no habías llegado a ser un viejo amigo como los que gestaron la carta y a quienes no me sería posible decirles lo que a ti te digo, para desahogar un poco mi inquietud. ¿Qué necesidad tenía de la garantía de gentes a las que apenas conozco, como el Dr. Alejandro Miro Quesada, por ejemplo, la de Antonio Pinilla y otros? ¿Y qué necesidad había de que gentes tan honestas, tan convencidas a su vez de mi honestidad, como tú, Enrique Solari, Valcárcel, Muelle o Augusto Salazar Bondy y Federico Schwab me ofrecieran la misma garantía y tuvieran que manifestar públicamente este vínculo tan amado y tan íntimo de la amistad hecha, no precisamente a través de la camaradería de la infancia o del colegio sino de la identidad de la conducta moral, a pesar de las diferencias en ciertos aspectos de las ideas?

¿Una carta? Un agasajo, que habría declinado, era sin duda algo menos directo. Te envío las fotos para el comentario sobre las películas de Chambi y Nishiyama. Ojala que Capasso(Claudio, crítico de cine de aquél entonces), haya leído los artículos que Paco y yo escribimos sobre esas películas que fueron exhibidas en Lima con tanto éxito. Fue creo en Enero de 1958. Tuvimos pues aquí la seguridad de que esas películas constituían por fin la iniciación de un arte cinematográfico cuyo porvenir se nos presentaba como algo grandioso. Y que se tome en cuenta de que la primera versión de «Qoyllur Rit ́i» (lluvia de estrellas) fue hecha por Chambi y Nishiyama.

Con todo afecto,

José María.

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