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martes, mayo 14, 2024

Un moyobambino en busca de la muerte

En Moyobamba suelo desayunar en el restaurante de Jorge Arce García, un conocido puesto de venta en el Mercado Central de la ciudad. A la deliciosa sazón de su caldo de gallina lo malogra cuando lo acompaña con el inguiri sancochado partido por la mitad haciéndole perder ese sabor ancestral y amazónico, tema que a las autoridades turísticas no les interesa. Servir el inguiri entero y humeando es parte de nuestra tradición y cultura y se está perdiendo por una equivocada cultura de eso que llaman emprendimiento; o sea, ahorrar y gastar lo menos posible y ganar dinero sin importar la satisfacción del cliente.

Confieso que amo a Moyobamba y a su gente. Quiero nombrar a mis buenos amigos a quienes conocí en la época del Fondo de Desarrollo Agrario o Fondeagro, como son Eduardo Pinedo del Águila, los hermanos Juan Miguel y Magnolia Iberico Pérez, Manuel Augusto Laynez Guerrero, Wilson Pinedo Morán, Luis Alberto Vásquez Vásquez, Edgardo Vásquez Arbildo, Miguel Ocampo Guerra, Manuel Alva Jarama, Luis Villavicencio Suaznabar y muchos foráneos.

Moyobamba sería una ciudad más amigable si tuviera veredas de construcción uniforme. Los vecinos han construido sus veredas sin seguir un patrón general y sin sentido de continuidad y a ninguno de sus alcaldes inútiles les ha importado solucionar este problema. Solo un ejemplo: caminar por las veredas de la calle Serafín Filomeno, donde se encuentra el restaurante El Avispa Juane, es realmente un suplicio porque se sube, se baja,hay que caminar de lado; pero, venciendo mi terror suelo almorzar en ese restaurante.

Me encontraba desayunando en el restaurante “Paty y Mili”, de Jorge Arce y señora; de pronto llega un comensal y toma asiento y pidió su caldo de gallina. Como me precio de ser inclusivo le `armé` conversación y entramos a un diálogo y cuando me dijo su nombre y edad, nos confesó a Jorge y a mí, que al tener ochenta y cinco años solo se dedica a buscar la muerte porque, dice, ya ha vivido demasiado. Don Samuel, de ancestros amazonenses, dijo que su abuelo fue un cura español mozandero que dejó hijos regados por todas partes. “Voy a morir tranquilo porque he vivido mucho, he cumplido mi misión y no he jodido a nadie, como hacen los malos políticos y los malos abogados”, agregó.

Don Samuel nos confesó que no le teme a la muerte y que esa actitud le hace vivir intensamente. Si bien me autorizó a que consignara su nombre completo para esta crónica, mi temor a que los fiscales –muchos de ellos seres humanos perversos e infelices–, me entablen un juicio y me acusen de corruptor de la humanidad, no lo hago. Pero ahí está don Samuel, que ya forma parte de la cofradía del Calvario y disfruta su caldo de gallina mientras el juanguerrino Jorge le mira entre sorprendido y perplejo. Sin pensar, me he encontrado con un filósofo espontáneo, sencillo y empático, sin esos superegos de los falsos intelectuales y displicentes y creyéndose la última chupada del mango. Moyobamba siempre será una ciudad de maravillosas sorpresas y de individuos originales. (Comunicando Bosque y Cultura).

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