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viernes, abril 26, 2024

¡Que no panda el cúnico!

La desaparición de Roberto Gómez Bolaños, el viernes 28 de noviembre, no ha pasado desapercibido para ninguno de los públicos. Los trabajadores de las instituciones públicas en el Perú, por ejemplo, comentaron la repentina noticia, como no lo harían por un reconocido científico, o un prestigioso hombre le letras, pues tiene su explicación, porque los comediantes y humoristas –como los políticos aunque éstos nos provoquen una ira contenida por ladrones, frescos, arrogantes y sinvergüenzas– son parte de nosotros, y le dan un nivel especial a nuestra existencia. ¿Qué hubiera sido de nuestras vidas sin Moliere, Chesterton, Mario Moreno “Cantinflas”, Pepe Biondi y el creador de El Chavo del Ocho? Porque los payasos de la política no tienen capacidad para llenar esos espacios.

Roberto Gómez Bolaños, crea sus emblemáticos personajes, como El chavo del ocho, El chapulín colorado y Chespirito, que se constituyeron en personajes indesligables de los peruanos, desde el año de 1974, cuando América Televisión comienza a pasarlo en sus programas todavía en blanco y negro. Y lo hace después de una breve temporada en que la comedia lo representaban Los Polivoces, un también célebre conjunto cómico mexicano, que despertaron la risa y e hilaridad de todos los públicos.

He tenido, como televidente, ser parte del inicio de ese periodo de la televisión peruana, que era aún digerible. El programa llegó y se quedó para siempre. Si cuarenta siglos de historia contemplaron al ejército de Napoleón en la batalla de Las Pirámides, cuarenta años no nos hemos cansado de ver a los personajes de Roberto Gómez, donde en cada emisión encontramos algo nuevo, como ocurre con las buenas novelas.

No pretendo escribir un ensayo sobre su obra; sí valorar la creación de personajes tan disímiles con capacidad de reacción a esas situaciones de la vida, que fueron parte de la evasión de muchísimas generaciones que nos daba por creer en esos Superhéroes luchadores por la justicia. Si El Quijote de la Mancha fue una reacción a los libros de caballerías, El Cahapulín colorado es una reacción a esos personajes de historieta. Y recuerdo una escena en que El Chapulín, armado con su temible Chipote Chillón –más mortífero que los aviones israelíes bombardeando Gaza—encuentra un día al Chavo, deprimido él, sumido en sus sueños. “Así que tú, Chavo, sueñas con ser un superhéroe para luchar con la justicia”, le pregunta, no sin vanidad, esperando la respuesta que satisficiera aún más su ego. “No tanto; siquiera como tú nomás, Chapulín”, fue la respuesta de El Chavo, desinflando al pretensioso héroe.

La cotidianeidad de la vida y su representación en sus personajes es quizás el mayor logro de la creación de don Roberto. La puesta en escena de la gente con sus dramas de siempre, es sencillamente magistral, como esa situación de no tener ´guita´ para pagar la renta, que comparten sus querencias y conflictos, como los de don Ramón y doña Florind , o el mismo don Ramón con doña Clotilde o La Bruja del 71, o esas pullas entre Quico y El Chavo con La Chilindrina, simplona y vivaz ella.
Interpretar la obra de Roberto Gómez Bolaños, fenómeno social y cultural invalorables, es una tarea ardua; sin embargo, ahí está

La Chimoltrufia, en el papel de cuartelera de un hotel donde se comete un crimen. Al llegar la policía, el polizonte le pide a ella que le acompañe a su cuarto desde donde iniciar las investigaciones y es cuando, interpretando protervas insinuaciones, rechaza con dignidad y altivez la exigencia respondiendo: “Soy pobre, pero honrada”.

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