30.8 C
Tarapoto
sábado, abril 27, 2024

Ese desayuno que no podíamos perdernos

01

Eran los últimos tiempos del primer desgobierno de Alan García Pérez ,cuando visitamos Nuevo Lima, capital del distrito de Bajo Biavo, provincia de Bellavista. Una comisión del Banco Agrario, del que formábamos parte representantes de la gerencia regional y de la sucursal Tarapoto, íbamos a cumplir una diligencia para embargar la futura cosecha de un prestatario que no había cumplido su compromiso con la entidad crediticia. El ingeniero Félix Á. Guerra Hoyos era administrador de la sucursal, Nelson Aguilar del Águila, Sub Administrador de Créditos, y yo ya estaba de Jefe de créditos y promoción.

Los comisionados por la gerencia regional eran la abogada Susana Chávez Izquierdo y un ingeniero cuyo nombre no recuerdo; y por la Sucursal estábamos el abogado Oswaldo Bautista Carranza, el ingeniero Carlos Meza Mozo y quien esto escribe. Eran parte de la comisión el juez del Juzgado Civil de Tarapoto y el secretario, cuyos nombres obviamos, porque no quiero que me abran una querella por ahí, porque litigar contra un abogado no lo aconseja el sentido común. El prestatario nos recibió al principio con una amabilidad distante sin dejar de ser cortés. Y como ocurren en estos casos, y lo sabemos quienes hemos lidiado casi eternamente contra la injusticia de la ley, se producen ciertas actitudes de desconfianza, maldiciones y una recordación de toda la generación de la familia, lo que no deja de ser razonable.

Luego de los saludos iniciales nos constituimos al lugar donde estaba la sementera de arroz aviada por la Agencia de Bellavista. En el trayecto, el prestatario, cuyo nombre también obviamos, justificaba la mora y daba todas las explicaciones del caso y que, por supuesto, no dejaba de tener razón, pues el Banco se estaba demorando en los avíos por una cuestión de política dictada por el gobierno de entonces que había generado una casi descapitalización del Banco, que no es el caso explicar.

Después de levantar el acta de la medida precautelar de embargo, iniciamos el regreso a la vivienda y de ahí organizar nuestro retorno a Tarapoto cuando el prestatario, roto ya el hielo de los primeros momentos, nos invitó al desayuno de ese poderoso caldo de gallina con su batería de plátano huayabino. Los abogados tomaron sus precauciones y dijeron que no podían aceptar la invitación, lo que podía poner en riesgo el honor y la majestad de la medida tomada hacía unos instantes; es entonces que todos nos retiramos con cierta cautela hacia un árbol que estaba en la cerca que delimitaba la vivienda con las siembras.

Todos parecíamos estar en esa situación de estar queriendo, diciendo no y haciéndonos los interesantes, cuando intervine y dije que el hecho de aplicar una norma y cumplir con los procedimientos no significaba que seamos enemigos del prestatario, que no habíamos ido al Biavo a pelear y que sería una grosería desairarlo mucho más cuando ya la mesa estaba servida y los platos con el caldo de gallina humeaban invitándonos. Y fui el primero en pasar a la mesa y poco a poco los demás se fueron acercando y a los abogados, como a los representantes de la Ley, les tocaron las mejores presas, lo que me causó cierta molestia. Y para compensarme, por haber sido quien inició el deshielo, me sirvieron varios ruros e higaditos que procedí a dar cuenta de ellos a la velocidad del rayo.

Filosofando sobre esta anécdota, cuando dicto mis talleres de relaciones humanas, si es que hay algún alcalde inteligente, sacamos una enseñanza en el sentido de que nadie nos obliga a comprarnos pleitos ajenos y debemos saber ubicar las situaciones. Ahora los criterios están tan corrompidos que si un juez toma unas cervecitas con un justiciable se sospecha que ya hay un “arreglo” por ahí. Por supuesto eso depende de la honestidad de las mismas personas, aunque, también, no deja de ser cierta aquella frase de “no basta que la mujer del César sea honesta, sino que debe parecerlo”, lo que nos trae a la memoria el reciente caso de un porcino sujeto del Consejo Nacional de la Magistratura, vergüenza de la judicatura peruana.

Artículos relacionados

Mantente Conectado

34,540FansMe gusta
275SeguidoresSeguir
1,851SeguidoresSeguir

Últimos artículos