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viernes, mayo 3, 2024

Alcides Cenepo Tananta: un ciudadano cabal

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Los pueblos siempre tendrán esos ciudadanos que mejor los representan. No buscan la fama, no son adinerados, no persiguen puestos públicos o ejecutivos para creerse y decir que son exitosos y los publican en las redes sociales. Los hombres nobles, decentes y dignos no necesitan de ello. Ellos no medran porque tienen honor. Se valen por sí mismos; sus vidas son ejemplos para todos y se convierten en íconos para esos colectivos en donde viven.

Uno de ellos es Alcides Cenepo Tananta, vecino de Chazuta. Siempre admiré en él su sencillez, sus juicios equilibrados, su conducta intachable, su calidad de buen vecino. Nacido un 21 de julio de 1937, hijo de don Marcial Cenepo Isuiza y Nicolasa Tananta Amasifuén, antigua y noble familia chazutina, afincados en el jirón Loreto, esa calle cuyos extremos eran la quebradita Pacchilla, de aguas saladas y el río Huallaga, Y en la misma calle mis padres sentarían sus reales por muchos años compartiendo con la familia de don Alcides, vivencias, emociones, alegrías y tragedias.

Un buen día de fines de 1957 don Alcides enrumbó hacia Iquitos para servir a la Patria en el ejército, jurisdicción de la Quinta Región Militar. Otro buen día causó emoción el retorno a la tierra del nuevo licenciado del ejército, a comienzos de noviembre del siguiente año. Don Alcides, ya de veintiún años, traía aprendizajes y un bagaje de experiencias como Operativo de Transmisiones del Ejército, de la Compañía de Transmisiones N° 05, frente al Malecón Tarapacá, de esa lejana Iquitos, ciudad en la que todos soñábamos. Llegaba con su clásica maleta de madera, con su uniforme de soldado de color beige, con su inseparable llavero y sus botas y escarpines. Pero también traía un tesoro.

Doña Celia Meléndez Briones, hermosa dama iquiteña, que se había ganado el amor de don Alcides, llegaría a Chazuta a fines de noviembre de 1958, unas dos semanas después de la llegada del valeroso licenciado. Con doña Celia formaría una honorable familia que sobrellevarían momentos de felicidad y de dolor por esos momentos que les sumarían en la tristeza por la temprana desaparición de Carlos, Segundo Alcides y Celinda, sobreviviéndoles Celia, Nicolasa, Marcial, Abraham, Lucila, Ángel y Lexi.

Ha conversado mucho con don Alcides y en todos esos momentos se ha mostrado como ese hombre intachable, íntegro, auténtico, servicial, con un arraigo en su pueblo que doña Celia también aprendió a amar. Al igual que con él, los afectos de mi familia con sus hermanos Lucila, Domitila, Natividad, Marcial, Antonia y Dionisio tuvieron ese espíritu familiar de sincera adhesión y simpatía. Siempre me enterneció ver a don Alcides y doña Celia, en estos últimos años, desde las seis de la tarde, con su mesita de trabajo en la equina con el jirón Bartra Mera, vendiendo juanes y otros preparados. Pero más que vender sus deliciosos refrigerios, ellos regalaban afectos, cariño y apego por la gente.

Don Alcides responde a la figura universal del ciudadano epónimo, de la decencia, del hombre humilde que no necesita de pregones para trascender; de esos hombres que los pueblos se enorgullecen de tenerlos. ¡Honor a don Alcides Cenepo Tananta, ciudadano noble y ecuménico!

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