Siento debilidad por aquellas gentes que son efectividad humanística, artesanos de lo armónico, que no escatiman esfuerzos a la hora de ser constructores de paz, todo un arte que requiere energía comprensiva, espíritu creativo, alma serena, soplo sensible, y mucha destreza de pulso. No es fácil impulsar este camino que va a contracorriente; no en vano, hasta uno mismo en ocasiones llega a cuestionarse su misma razón de ser y de cohabitar. Ciertamente, las guerras, las persecuciones, no son agua pasada; sino fuegos actuales que a veces nos impiden traspasar horizontes más justos. Quizás tengamos que fortalecernos con otros lenguajes más claros y profundos, en testimonio más auténtico, pues sólo así lograremos una sociedad más pacífica y vinculante entre sus miembros. Ojalá reflexionemos hacia ese gran protocolo del aliento compartido, del abrazo sincero, porque la humanidad por sí misma no es nada, y en conjunto, sí que es el corazón palpitante de la certeza. En cualquier caso, lo que has de reprochar, antes de hacerlo a otro, corrígete a ti mismo por si acaso, y luego vociféralo al mundo.
Sea como fuere, tengo la convicción de que muchas gentes se esfuerzan cada día por dar un cambio social en sus vidas, y aunque se hallan con los muros injustos de ciertos ideólogos que mutilan sus propios sentimientos, prosiguen en su afán y desvelo por ser hombres de verdad y virtud. Me consuela tener presente, de que a pesar de las muchas dificultades y obstáculos, jamás nos damos por vencidos. Siempre hay una mano tendida dispuesta a ayudarte, es cuestión de aceptarla, y de reconocer las muchas miserias humanas que por momentos cobijamos, sin apenas darnos cuenta. Por tanto, en medio de esta vorágine actual, tenemos que hacer un alto en el camino, cuando menos para ofrecer otras actitudes menos individualistas, de falsa humanidad, que de vez en cuando nos gobiernan destruyéndonos como marionetas inservibles. San Pablo invitaba a los romanos a no devolver “a nadie mal por mal” (Rm 12,17), a no querer hacerse justicia “por vuestra cuenta” (v.19), y a no dejarse vencer por el mal, sino a vencer “al mal con el bien” (v.21). Esta actitud no es expresión de debilidad, sino de nítida pujanza amorosa, porque hasta el mismo Creador nuestro, es pausado para la ira, pero grande en amor.
También la Carta fundacional de Naciones Unidas, documento de referencia entre humanos, plasma ese corazón de júbilo manifestado por el eterno lema de “nosotros, los pueblos”. A propósito, se me ocurre meditar que puede ser un buen momento, que coincidiendo con su onomástica (24 de octubre), reafirmemos cada cual consigo mismo, nuestro compromiso de recuperar la confianza perdida en la colectividad, en los humanos; de cuidar la salud de nuestro planeta, y no dejarlo enfermar con nuestra pasividad; de tampoco abandonar a nadie en las cunetas de la exclusión, arropándolo y protegiéndolo; defendiendo la dignidad de todos y para todos, a través de abecedarios más acordes al intelecto pacificador. Que la compasión y la no violencia guíen el modo de tratarnos en las relaciones de parentesco, interpersonales y en sociedad. Sólo así, nos puede globalizar ese espíritu de concordia que vence toda tentación de venganza. Por desgracia nos hieren esas estirpes divididas, esos hogares desunidos que intentan cambiar su mística, en parte propiciada por la absurda ideología de género, ese mundo fragmentado, esa sociedad que no acoge y rechaza, sin diferencias de sexo y que ahueca el fundamento antropológico de la familia. Sabemos, asimismo, que en muchos lugares se violan los derechos humanos. Sin embargo, no podemos desfallecer, y en valor de la palabra que sale de nuestro interior, aplaquemos los ánimos y seguramente, de este modo, aumentaremos la esperanza, las oportunidades de entendernos y respetarnos.
Uno, al fin, ama ejercitando el amor. También a perdonar sólo se aprende perdonando. Confiemos, pues, en aproximarnos a través de aquello en lo que produzcamos. Desde luego, la mejor producción, la más indulgente, es que la pobreza extrema va en descenso, ahora solo falta que nos sirvamos con otros modelos de reparto más integradores para que las desigualdades disminuyan, haciendo de la política, un servicio al ciudadano y una nueva era de avenencia entre la ciudadanía. Por desgracia, los lenguajes actuales están viciados por los dominadores que casi siempre suelen aplastar a los débiles. Estas batallas ya las hemos vivido y soportado, es cuestión de innovar rectificando, pues si en conciencia ansiamos la paz, no fabriquemos más armas y elaboremos otras decencias, empezando por la autosatisfacción de cada individuo, y terminando por la multiplicación de vivir y dejar vivir.