Por Willian Gallegos Arévalo
Se le atribuye a Confucio la frase: “No hace falta un gobierno perfecto; se necesita uno que sea práctico”. A pesar de la autoridad del filósofo chino, me parece que la frase es incompleta en el sentido que, para gobernar bien y con eficiencia, hay que saber escuchar, pues, hasta el momento, la rutina es lo que parece dominar a los que gobiernan, y que se acompaña con la mezquindad de no saber recibir las ideas de los otros, aunque, en el segundo caso, los capos podrían estar influenciados por la gente de sus entornos o sus especialistas que les confunden, les desinforman y les ocultan las ideas que llegan de fuera. Por todo ello, los lideres se olvidan de dirigir y gestionar, razones por las que se metieron a la arena política.
No me considero experto en el tema de enseñar a los dirigentes a que gobiernen bien. Para comenzar, todo el desempeño debe ser natural para que el líder genere confianza y no crear una cultura del miedo y la incertidumbre en sus entornos. Antes de meter miedo con esto de “A mí no me tiembla la mano”, los líderes deben crear escenarios de concordia y de respeto. La psicología enseña que quienes venden la imagen de mandones, de tener fuerte carácter y que disfrutan llamando la atención al personal, aparte que son débiles emocionalmente, son personas que viven en el temor: miedo de sus incompetencias, terror que les descubran sus debilidades e ignorancias, horror a que les digan que son “nadies” a no ser por los cargos que ocupan transitoriamente.
Un texto de Edgar Montiel, a efectos de describir la situación actual dice: «Frente al escaso saber y pericia de los “político-improvisados”, tenemos a los equipos de la tecnocracia. Los tecnócratas no se incomodan con que su contraparte política se mantenga en un estado de “medianía”, de “saberes aproximativos”, que no esté bien preparada, sin los conocimientos necesarios para manejar la situación. Así, los actores políticos se echan en brazos de los grupos tecnocráticos. Eso se llama el abrazo del poder fáctico. Por eso hay grupos de tecnócratas que manejan el país, deciden el destino de grandes recursos, optan sobre políticas monetarias, dirimen sobre políticas sociales, regulan políticas educativas. Mandan sin que nadie los haya elegido.» También es cierto que quienes “dirigen” los gobiernos no saben escuchar o la gente y sus funcionarios les esconden las propuestas que les llegan. ¡Aquí está la clave! ¿Eso está ocurriendo?
Para gobernar no se necesita ser un dechado de cultura y de alta erudición. Ya casi es una verdad que si el gobernador o gobernadora, alcalde o alcaldesa no tienen un mínimo de cultura general y sentido común que les haga entender sus roles y responsabilidades, sus gestiones terminarán en fracasos, aunque se pasen firmando convenios –la enfermedad de la burocracia–, asfalten calles, construyan puentes, escuelas y postas médicas. El secreto está en saber hacer la diferencia, querer trascender y entender los conceptos del bien común, el bienestar general y las políticas públicas y cómo ejecutarlos. Los dirigentes actuales parecieran no saber esto, aunque se sientan felices disfrutando del cargo. Y ya sabemos que los ayayeros no ayudan; más bien joden a las gestiones que dicen apoyar porque les hacen creer que viven en escenarios esplendorosos. (Comunicando Bosque y Cultura).