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viernes, diciembre 6, 2024
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Población preparada para el sismo

Dos de la madrugada con 41 minutos del domingo 26 de mayo del 2019, mientras la gente adulta duerme y muchos jóvenes bailan en franca bulla nocturna, se produce el movimiento sísmico de ocho grados con epicentro en las cercanías del distrito de Lagunas en la selva peruana. La información televisiva anuncia que el movimiento fue sentido también en los países de Colombia, Ecuador, Venezuela y Brasil. Las consecuencias son catastróficas en el territorio peruano, mayormente en infraestructuras públicas, especialmente en vías de comunicación terrestre. Se indica que hay una persona fallecida, más de cien viviendas afectadas y otro tanto de personas sin casas.

La magnitud del evento fue muy alta. Las ciudades de la selva han experimentado un terremoto muy fuerte, que la población se sobresaltó y actuó casi de manera ensayada, abandonando lentamente las viviendas, apostándose en las calles, plazas, parques, tomándose de la mano y orando, rezando el Padre Nuestro y haciendo el Santo Rosario. Oh, en éstas áreas no están todas las personas de las casas ¿Dónde se encuentran? Unos cobijándose más, otros rezando el Padre Nuestro y un misterio del Santo Rosario. Los hombres están con trusa deportiva y la mayoría de mujeres tapadas con toalla de baño del pecho a la rodilla. Un distraído caballero, teniendo a su esposa a su lado, durante los ondulantes movimientos sísmicos, otea por todas partes y se percata que las féminas envueltas son mayores. De inmediato se pregunta ¿dónde están las jóvenes? No había una sola en toda la cuadra. Trasladaba a su esposa de un lado a otro cogiendo su angosta cintura, mientras se movía la tierra y se acrecentó su preocupación ante semejante ausencia. En las casas había personas que se resguardaban bajo las vigas y junto a pilares de concreto acerado. Niños y niñas con enseñanzas de gestión de riesgos cogían sus mochilas y linternas y se desplazaban hacia la calle en aparente completa calma. Llegaba más gente al centro de la calle. Unas mujeres lloraban, otras gemían y se cogían fuerte de algún brazo masculino. Las inquietas miradas del sujeto terminaban por confirmar la gran ausencia juvenil, mientras tanto las personas que rezaban sin apresuramiento estaban culminando con el Santo Rosario y en ese instante también van cesando los movimientos como acaban las olas del mar en la extensa playa. No hay risa, los rostros humanos están entumecidos. Abundan los comentarios, que estaban esperando el abrimiento de la tierra por la tremenda intensidad, que presagiaban el derrumbe masivo de las casas, que los perros hogareños saldrían a las calles a comer los cuerpos destrozados, que los padres, que los hijos que viven en otras ciudades, hacen intentos en llamadas telefónicas que no funcionan, en mensajes que no viajan. Mientras abundan nutridos comentarios, aparece un vecino a paso lento en quien se centran todas las miradas. Le hacen preguntas de su parsimonia en éstos momentos críticos, en donde la vida humana está en serio peligro. Responde parco: “En realidad, yo oraba para que el terremoto continúe, porque escuchaba desde mi cama, que algunos de ustedes imploraban a Dios, que salve sus vidas, que les acompañe en éste terrible momento. Pero, seguro, después del episodio, no se volverán a acordar del señor. A Él hay que entregarle nuestra vida porque es suya. Agradecerle por los alimentos que nos servimos, agradecerle por la oportunidad de vida de cada día. A Dios hay que acordarle cada instante de nuestra vida y no solo en éstas circunstancias” Los presentes le escuchan callados y cabizbajos. Algunas mujeres van a ofrecerle su saludo con beso, estrechándose en fuerte abrazo. Pasan los minutos y temen ingresar a sus domicilios, pues hay temor de recibir la posible réplica dentro del domicilio. Quizá pasa una hora y siguen los pobladores como inquilinos de la calle, cuando de pronto aparecen algunos trimóviles y se estacionan junto al grupo. Bajan jovencitas con provocativos vestidos cortos, con grandes aretes como ula ula y tacos altos que se incrustan entre las piedrecillas de la calle no pavimentada, aceleran sus cortos pasos para abrazar a sus progenitores, se abrazan y lloran. Comentan entre sollozos que salieron corriendo del interior del local bailable, apretujándose en la angosta puerta y procurando tomar el vehículo de tres ruedas para venir cuanto antes a ver el estado de sus padres. Entonces, el inquieto vecino queda satisfecho al conocer el paradero de las jovencitas a éstas horas de la madrugada.

Sin embargo, alguien analiza que éste episodio fue una prueba real del nivel de preparación de la población ante éstos eventos sísmicos. Hay respuesta favorable por ese comportamiento maduro de muchas personas, es decir, la población está preparada para la ocurrencia de sismos, ya sabe manejarse, que es el resultado de muchos años de ensayos nacionales.

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