Tú que fuiste sin pecado concebida y eres una santa entre todas las mujeres, me acuso de arder en el fuego de mi cuerpo. Acuso al confesor de mis pecados y de nombrar ángel de mi guarda a mi demonio preferido, que de vez en cuando lo destierro de mi cama.
Salté echando chispa de pasión, pero me apreté fuerte el cuerpo, lo contraje. Quiero que dure ese momento de éxtasis, ese punto de fugaz alegría. Qué locas travesuras, qué rica sensación.
Ciega, sorda y muda, consagrarme al deleite supremo. Soy salvaje y no puedo evitar el llamado de mi sangre, así que hoy, las dosis de fuego con la que empecé, vuelve a extenderse entre líneas.
Los amigos de fantasía, esos que desordenan camas y vacían el stock de los tragos de emergencia. Contar con gente para las malas aventuras y grandes experiencias. Andar descalza, comer deprisa y huir de las miradas casi eternas que actúan como escáner más de 10 segundos. Mis muslos tensos al sentir un orgasmo, tomar café hirviendo, bañarme lento y amar rápido. Esa vida es adictiva.
Mientras que algunos señalan con repudio mi forma de ser, puedo decir con orgullo que tengo la dicha de ser inapropiada, molesta, grosera y arrebatada. Levantar la voz sintiéndome poderosa, sin miedo a nada. Alzar el pecho como gallo de pelea, sin importar mi metro y medio de estatura, eso es un éxito. Gemir hasta que él se asuste, ensuciarme al comer sin cubiertos, que me miren inquisitoriamente cuando me río en un sepelio y la risa que genero cuando lloro durante un orgasmo. ¡Qué dicha ser completa!
“No te quiero”, “Hazme el amor ahorita”, “Yo pago la cuenta”, “Tienes 5 minutos para desvestirte” “Quiero otro orgasmo”, no temer decir esto, nos hace únicas.
Qué dicha ser esa, la loca a la que temen y a la que más de un bravucón la sigue llamando después de cinco años para decirle que la extraña. Ser esa que no enfría la relación, porque más de dos años después, él la sigue llamándola para verla, para sentirla, para adorarla. Y es que todo cansa, cansan las princesas plásticas, los besos secos, los sueños adormecidos y los amores vacíos. Es por todo esto que me da flojera intentar ser perfecta para ser usada como florero o maniquí, como un accesorio de la casa o una muñeca que sirve solo para usar y desechar.
Mi cabello es complicado, no es perfecto como los comerciales de shampoo. No me gusta usar tacones, lo uso solo cuando es necesario impresionar y subir unos cuántos centímetros y llegar por lo menos al metro y medio, con un poco más. De todas mis alergias, la peor es a la gente pendeja. Suelo ver la misma película y repetir los mismos libros. Odio usar los lentes en público y eso de fingir los orgasmos, no me sale muy bien.
No. No soy el prototipo de modelo europea, que pesa 30 kilos y parece un alma en pena. Tengo carne, la suficiente para ser tocada. Me sobra piel donde debería estar plano. Existe un divorcio entre mi dieta y mis antojos, los dos generan un rin box, que siempre inclina la balanza por el lado más débil, pero más rico: la comida con grasa.
Adoraría amanecer como blanca nieves y hornear pasteles al estilo Sandra Plevisani, pero normalmente amanezco siempre con un humor del carajo.
En este infierno, si quieres apagar mis llamas, arde junto a mí. Quémate con mi fuego y quédate a aquí…